La Orquesta Sinfónica del Principado cumplió, y con creces, en su nueva cita en la temporada de conciertos, con la vuelta en el podio de su director titular, Maximiano Valdés. La OSPA demostró una vez más la versatilidad de una formación que se muestra más cohesionada que nunca, en programas de diversa índole. Podría decirse que la formación «camina sola», con un sentido interno que, si bien la hace de alguna manera independiente, necesita de la misma forma que toda orquesta ese foco para proyectarse que es el director.

La «Rapsodia para contralto, Op. 53» de Brahms es una obra teñida de oscuro, con una inspiración poética que pone en cuestión aquel «placer puramente intelectual» de la música, que los wagnerianos criticaban a la escuela de Hanslick, en la que a Brahms se le inscribió. La versión que pudo escucharse el viernes en el auditorio ovetense perdió parte de la desolación original que impregna la obra, en buena parte por el cambio de la tesitura vocal. Eso sí, la mezzo Anke Vondung, con una voz bien fraseada, cuidó la evolución de la página, que pasa del recitativo al arioso y, en su último «Adagio», recibe al coro. Veinte voces masculinas del Coro «León de Oro» se incorporaron con el alto nivel al que la formación de Gozón, que dirige Marco Antonio García de Paz, nos tiene acostumbrados. Buen empaste y afinación para un pasaje coral que, por otro lado, se impuso a la voz solista, en vez de servir de «descanso» para la misma.

La orquesta se adaptó después al lenguaje de Philippe Hersant, del que estrenó a escala nacional su obra, «Paisaje con ruinas». El compositor francés utilizó fuentes pictóricas, poéticas y musicales para inspirar su obra, cuyas sonoridades que conquista se alcanzan no sólo desde la expresión del propio artista, sino de una arquitectura compositiva reconocible. De este modo, motivos recurrentes que hicieron trabajar a la OSPA por secciones, tendieron a confluir con resultados sonoros sorprendentes y amenazantes. Oficio y expresividad. Vondung volvió a poner su voz para consumar la obra del francés, esta vez en la tesitura que demanda la obra. La versión que dirigió Valdés de la «Sinfonía nº 4 en mi menor, Op. 98» de Brahms potenció la parte más lírica de la sinfonía, en detrimento de los planos sonoros diversos con que Brahms enriqueció la obra en su entramado orquestal. Una intensidad, por tanto, algo vacía en ocasiones, si bien el segundo movimiento sonó mucho más inspirado en su interpretación, esmerado en detalles. En el movimiento anterior, la plantilla se asentó definitivamente al comienzo del desarrollo, a partir del cual la música emanó sin dificultades. Los dos últimos movimientos son fundamentales en cuanto a su construcción, dentro de la obra sinfónica de Brahms. En el «Allegro giocoso», es el carácter el que, junto a una estructura en la que se distingue un breve episodio central, aproxima el movimiento al «Scherzo», como excepción en las sinfonías del compositor alemán. En el último tiempo, Brahms culminó el procedimiento de la variación a través de una construcción preocupada por la fluidez. Ésta fue, sin duda, conseguida bajo la batuta de Valdés; sin embargo, se le podría haber sacado más partido a la orquesta, midiendo más si cabe el papel de cada instrumento o sección a lo largo de la obra.