A finales de abril de 1999 Riccardo Muti llegó a Oviedo con su entonces orquesta, la Filarmónica de la Scala de Milán. Acudía para dar el segundo concierto del recién inaugurado auditorio Príncipe Felipe. El maestro italiano, toda una celebridad e inmensamente popular, observó la sala de arriba abajo y, minutos antes del concierto nos concedió una pequeña entrevista a Luis G. Iberni y a mí en su camerino. Acababa de hacer el ensayo general y estaba entusiasmado con la acústica de la sala. Una primera impresión que corroboró, con creces, después del concierto. Alabó con ímpetu que una ciudad como Oviedo mantuviese el compromiso con la cultura de una manera tan decidida. Eso sí, hizo una advertencia de cara al futuro y que, a día de hoy, está de plena actualidad: «La verdadera intención de los políticos en el apoyo a la música se verá cuando llegue la primera crisis fuerte. Observaremos si son capaces de mantener este compromiso o si esta voluntad no va más allá de una mera cuestión circunstancial». Efectivamente, la crisis está siendo devastadora para el mundo de la cultura por la miopía política y en Italia Muti se ha visto obligado a lanzar discursos muy duros en defensa de la música ante las agresiones de Berlusconi y su Gobierno.

No ha sido Muti una persona acomodaticia a lo largo de su carrera. Siempre ha tenido varios frentes abiertos y su paso por diversas instituciones clave en el mundo de la música internacional ha ocasionado polémicas muy virulentas. No ha dudado en enfrentarse, por ejemplo, a los circos pirotécnicos de los que tanto gustan algunos cantantes y sectores del público operístico que adulteran las partituras originales de las óperas para lucimiento propio. Incluso llegó a parar una función en la Scala (teatro en el que protagonizó una durísima retirada) ante las protestas del público, recriminándoles que la música de Verdi no era «un circo». Supo también, en su largo «reinado» milanés, apostar por las nuevas tendencias escénicas, sabedor de que la fidelidad al espíritu original de las intenciones de los compositores debía saltar por encima de la caspa que dominó la escena operística durante demasiados años y que casi acabó por hundir el género a un gueto.

Sus dos décadas en la Scala supusieron una edad de oro para el teatro milanés desde el que impulsó reestrenos de autores como Salieri, Gluck, Cherubini o Spontini. Actualmente sigue inmerso en estas recuperaciones de autores napolitanos -el Reino de Nápoles fue un importantísimo epicentro lírico a nivel europeo- y de hecho estrenará el próximo 10 de junio en el Festival de Pentecostés de Salzburgo «I due Figaro» de Mercadante con dirección escénica de Emilio Sagi y que el próximo año se podrá ver en el teatro Real de Madrid.

Musicalmente podemos considerar al maestro italiano como un continuador del magisterio de Arturo Toscanini y, junto a otro compatriota suyo, Claudio Abbado, pertenece desde hace décadas a la élite de la música mundial, colaborando con los más importantes teatros, orquestas y festivales. Especialmente celebradas son sus versiones de los grandes títulos mozartianos, también del sinfonismo alemán y del repertorio italiano, sobre todo los títulos de Giuseppe Verdi. De hecho, recientemente, su «Nabucco» en la Ópera de Roma -teatro al que actualmente está vinculado junto a la Sinfónica de Chicago- ha sido uno de los grandes acontecimientos de la celebración del 150.º aniversario de la Unidad Italiana. Muti, por tanto, se ha convertido en uno de los grandes símbolos de lo mejor de Italia en el mundo. En un embajador de su riqueza cultural. Durante su segunda visita a Oviedo descubrió una placa en una columna del Auditorio de Oviedo en la que se agradece su trayectoria y labor en el mundo de la música. Fue un homenaje sencillo y cálido que él agradeció muy expresivamente, pese a su carácter tímido y reservado. En octubre volverá para recoger su premio y, en próximas temporadas, regresará a dirigir el ciclo de conciertos del Auditorio, tal y cual era su deseo desde que en 1999, nada más llegar a Milán después de su primer concierto ovetense, explicara a sus colaboradores cómo la capital asturiana era un ejemplo de buen trabajo en la defensa de la música y la cultura desde el rigor y la austeridad.