La manera de hacer sonar los temas en la estructura de la música es cambiante a lo largo de la historia, fundamental en el Clasicismo, por ejemplo, esta concepción se ve desbordada en el pujante torrente de inspiración romántico, la fuerza de un impulso de un efecto poético que implica necesidad de énfasis para transmitir la emoción que entraña. Paralelamente, nunca antes en la historia de la interpretación musical se ha tenido -prácticamente al alcance de la mano a través de internet- la oportunidad de examinar caleidoscópicamente la personalidad de tantos, tan grandes y diferentes intérpretes ante las mismas obras. Cada cual saca sus propias conclusiones. Joaquín Achúcarro, tan querido y admirado en Oviedo gracias, no puede omitirse, a la Sociedad Filarmónica de Oviedo -ya que es el solista que más veces ha actuado en dicha sociedad a lo largo de su más que centenaria historia-, es una prueba de intérprete de personalidad y facilidad pianística únicas. Sería redundante aquí ahondar en sus virtudes una vez más. El «Concierto n.º 2 para piano en fa menor op. 21», se tenga o no entre los favoritos -quizás no figure entre los más espectaculares del repertorio pianístico-, sí es un modelo para apreciar si detrás de un sólido intérprete hay un músico de raza. Precisamente esto es lo que ha traducido la personalidad pianística de un Achúcarro en la madurez, lejano, por generación, y seguramente por opción, al pianista de brillo ensortijado en la actual loca carrera por la exhibición de personalidad diferenciada a través de la opulencia sonora. Ha sido el Chopin de Achúcarro, con la aureola del pianismo grave y del intimismo sin alardes, con sentido de continuidad y proporción. Lo hizo, también y especialmente, con el halo de bellísima inspiración melódica del segundo movimiento, que tiene la capacidad absoluta de situarse en primer término en la atención del oyente. Lo de Chopin no es un problema de peso en lo que respecta a su calidad -siempre hay un «pero» respecto a sus conciertos o su tratamiento de la orquesta en los mismos-, enamora o causa por momentos cierta indiferencia. Es la magia de su belleza. En una misma frase Chopin recrea una diversidad de ambientes intimistas -casi todo en música es intangible-, excepcional. De propina Achúcarro interpretó el «Nocturno op. 9 n.º 2» de Chopin. La orquesta, con el protagonismo que limita la propia partitura, se situó en los niveles de calidad que le es propio, con una correcta dirección, ni sobresaliente ni mediocre.

La segunda parte fue ocupada íntegramente por el «Concierto para orquesta» de Béla Bartók. La orquesta se sitúa, ahora sí, en primer plano, y esto se traduce en la posición protagonista que adquieren los músicos -un palmo adelantan sus posaderas en la silla-. No es la obra cumbre de Bartók, pero sí una obra relativamente fácil para acercarse al compositor húngaro por parte de casi cualquier aficionado, en su variedad, orquestación y vitalidad, no en todos los momentos, es preciso decir. Creemos que la dirección de Ogren, a pesar de su cuidada intención, no se adaptó a las necesidades de la composición, que, pese a la aparente facilidad de escucha y algunos momentos espectaculares, requiere un pulso directorial sutilmente firme pero no únicamente escolástico, para sortear el ritmo tantas veces quebrado, o la superposición de ritmos amalgamados, inherentes al desarrollo nada gratuito de la composición, y que debe traducirse con orgánica fluidez. Sus recursos directoriales resultaron repetitivos o, dicho de otra manera, las propuestas contenidas en la rica variedad rítmica, temática y dinámica no encontraron en la dirección variedad de propuestas, los mismos gestos servían para casi todo. La interpretación de la OSPA tuvo la calidad que acostumbra a exhibir, con momentos brillantes o impactantes; los de metales, por obvios, y muchos sobresalientes en la cuerda, tal vez especialmente en violines, la sección que más difícil tiene equilibrarse en momentos de máxima expansión sonora -por heterogénea en su composición y por relativamente escasa en su número-, y que realizó un sobresaliente último movimiento. La percusión, certera, como es habitual. El viento madera es un ejemplo de sección compacta y profesionalidad individual por el que confieso admiración lejana ya en el tiempo. Creemos que la cuestión de la titularidad de la dirección de la OSPA ya habría podido concretarse. Una terna de candidatos está más que manida a estas alturas. Una temporada más para la cuestión se nos antoja un concurso interminable y, como seguramente es cuestión de voluntad política -qué no lo es-, desde aquí animamos a que se apueste, sin reservas, por un pilar básico en la cultura asturiana como es la OSPA.