Gijón, Eduardo GARCÍA

Leonardo da Vinci tardó dos años en pintar «La última cena», una de las obras cumbre de la historia del arte. Puso de los nervios a los dominicos del monasterio de Santa María delle Grazie, en Milán, y al todopoderoso Ludovico Sforza, el que le ordenó el trabajo. De 1495 a 1497 Leonardo trabajó a su ritmo inconstante y echó demasiado tiempo, a pesar de que hablamos de un mural de casi cinco metros de alto y nueve de ancho.

El tiempo y el auténtico trabajo estaba en la trastienda de la obra si se concreta una investigación realizada desde Asturias sobre la obra del genial artista florentino: buena parte de la obra de Leonardo es consecuencia de un asombroso estudio matemático y geométrico asociado a lo que se conoce como la proporción aúrea, el número mágico Phi (1.61803399...). Una proporción que se da permanentemente en la naturaleza y que el ser humano conoce desde tiempo inmemorial. La gran pirámide de Egipto está levantada a partir de la divina proporción, y lo mismo se puede decir del Partenón griego.

Las biografías clásicas de Leonardo da Vinci no relacionan la obra en bloque del genio con la divina proporción. El estudio informático llevado a cabo por la arquitecta asturiana Carmen Capelastegui y el abogado Eladio de la Concha parece decir lo contrario. «Es como un código secreto que aparece en todas las obras de Leonardo que hemos analizado hasta la fecha, incluso en su primera etapa florentina», señalan.

La proporción áurea (el uso del número Phi) se hace increíblemente complejo en obras como «La última cena». «No es sólo que Leonardo utilizara un simple rectángulo cuya división de largo por ancho resulta el número Phi, sino que hay todo un complicadísimo entramado en el cuadro», explica Eladio de la Concha. «Cada rincón de cada obra está relacionado con la proporción áurea». El uso de Phi está ligado a Leonardo da Vinci en su famoso estudio del Hombre de Vitrubio, reproducido millones de veces, o en determinados gráficos realizados para el libro «La divina proporción», que escribió su amigo Luca Pacioli, hacia 1496.

Eladio de la Concha y Carmen Capelastegui han trabajado hasta ahora en obras como «La última cena», «La Gioconda», «La Virgen de las Rocas» y «La dama del armiño». Con los cuadros en pantalla y la sobreimpresión de algunas de las representaciones geométricas más usuales de la proporción áurea hay cuadros que parecen responder a un estudio milimétrico de las proporciones, que se hace especialmente evidente en los rostros.

«Muchos de los máximos expertos en la obra de Leonardo eran reacios a confirmar el uso concreto de Phi en sus obras. Nosotros creemos que podemos aportar pruebas de ese uso», señala De la Concha. Un uso casi obsesivo, un juego de líneas imaginarias, puntos, esferas y referencias que apuntan a una de las frases atribuidas al genio: «Nadie puede entender mi obra si no entiende de Matemáticas».

La pasión por Leonardo da Vinci le llegó al abogado gijonés hace ya diez años a partir de los primeros estudios sobre un cuadro que pertenece a la familia De la Concha. Es un tríptico fechado en torno a 1493 en el que un pintor desconocido teje un singular entramado geométrico, siempre alrededor del misterioso Phi. Desde 2004 sus propietarios manejan la sospecha de que ese cuadro de vida azarosa (explicada en LA NUEVA ESPAÑA en el pasado mes de febrero) puede estar relacionado con el propio Leonardo. «Al menos, el entramado de proporciones es similar al de otros cuadros suyos».

Los autores del estudio son conscientes de que, desde la periferia, están presentando a los expertos una alternativa «nunca probada hasta ahora», lo que despertará recelos. Pero añaden que no manejan hipótesis, sino números. De la Concha da por hecha la relación estrecha y permanente de Leonardo con esa proporción áurea «que parece estar ahí desde que el hombre es hombre» y que revivió con la llegada del Renacimiento. En Leonardo el arte maravilloso está a la vista, pero el personaje y su obra esconden aún un mundo de secretos.