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El Prerrománico

San Pedro de Nora deslumbra a sus 1.200 años a pesar de torpezas y abandonos

La basílica es fantástica con sus 1.200 años a cuestas y la saga infinita de destrucciones, abandonos y torpes reconstrucciones

San Pedro de Nora deslumbra a sus 1.200 años a pesar de torpezas y abandonos

San Pedro de Nora es deslumbrante a la vista y más aún a la reflexión. Y es que lo que ahí está, belleza sobre belleza, es el resultado de la genialidad altomedieval y de la brutalidad acumulada después durante siglos y de siglos ¡y aun así es maravillosa!

La basílica prerrománica -mejor sería decir posromana- pertenece al ciclo de Alfonso II el Casto, así que a la primera mitad del siglo IX, y ligada estrechamente a la corte, a Oviedo, desde el punto de vista estilístico, aunque la distancia, doce kilómetros, para la época era considerable. Algunos documentos y citas la ligaban a Alfonso III, hasta que en su día Joaquín Manzanares, cronista oficial de Asturias y quien mejor conocía el arte asturiano, la enlazó con Santullano, y es que presenta sus mismos rasgos y su imponente traza. También enlaza con Bendones, que, conviene recordarlo, descubrió Manzanares.

El enclave, a unos metros del río -ahora frontera entre Oviedo y Las Regueras-, es inigualable, y como por allí mismo el Nalón se bebe al Nora hay un juego de provechosas presas e instalaciones eléctricas, ya antiguas, que se suman positivamente con criterio de arqueología industrial y hacen de la zona algo único. Y, ya en lo superlativo, los meandros del Nora. Hay que verlos, apenas se pueden describir. Un paraíso natural de largo antropizado, ya que por allí discurría la calzada romana que iba de Astúrica Augusta a Lucus Asturum; vamos, de Astorga a Lugo de Llanera.

San Pedro de Nora no tiene guía. Para qué. Una vecina, Amalia Braña, con casa inmediata al templo, tiene la llave y acompaña a las visitas. Sabe más que los catedráticos del ramo pero como el mundo del patrimonio histórico, artístico y público es un universo de conflictos -y más si está la Iglesia de por medio- no suelta prenda más que con unos ojos siempre chispeantes.

La nave central mide 11 metros y tiene de ancho 4,70 aunque no de forma irregular ya que por extraño que parezca la planta tiene una ligerísima forma de cuña. Quizá un error. Quizá un criterio de mayor solidez. Fue incendiada y volada en los años treinta del siglo pasado y resistió.

Los cuerpos laterales tienen cada una un ancho de 2,30 metros. La gran nave tiene una altura de 11 metros. Impresiona. Récord para el prerrománico. Cuatro tramos de arquería de medio punto y quizá, un poco más, sobre pilares cuadrangulares. La cabecera es triple. La techumbre a dos vertientes es de madera. Las ventanas con modernas celosías permiten una buena iluminación. La capilla mayor tiene excavado en el muro un pequeño tabernáculo. Lugar para relicarios. Ahora es el sitio del sagrario. Sobre el, otra ventana. Encima, la cámara supra absidal, ese espacio cuasi cerrado, típico de los templos asturianos altomedievales. O, si se quiere, el episacro -sobre lo sagrado, sobre el altar- como informalmente algunos han bautizado esa habitación inhabitable. La ventana de ese espacio singular es como la de Santullano o San Tirso, triple y de mayor tamaño el cuerpo central.

Por la zona aún recuerdan a Luis Menéndez Pidal, el arquitecto que reconstruyó el templo tras su salvaje destrucción. Perseguía a los críos revoltosos, amenazándolos con el bastón. Ahí está el campanario que se inventó. Sí, es imposible olvidarlo. Las versiones piadosas indican que se corresponde con una torre de vigilancia romana. El cercano puente romano saltó por los aires durante la contienda civil.

El suelo de la basílica fue levantado a cuenta de una restauración. El templo estuvo cerrado tres años y cincel en mano un artesano experto, golpe a golpe, lo desmontó. Dicen que entró a formar parte de la Cámara Santa también destruida con dinamita en 1934. Desvestir a un santo para vestir a otro. Poco probable.

Una de las dos capillas laterales es sacristía con una puerta moderna que es un insulto. La otra tiene una imagen de María Auxiliadora, patrona de los salesianos. Apareció en un monte cercano tras la guerra, metida en una caja. En una jamba, un epígrafe pone "Fafila" quizá en referencia a rey Favila. En la celosía, una cruz templaria. Al lado, dos arcones de castaño impresionantes. Talaban el árbol, lo dejaban veinte años, le sacaban la sabía -hilo conductor de toda carcoma- y después, otros veinte años secando en alto, en un hórreo. Los trabajaban y quedaba como piedra. A la vista está.

En el muro central, en lo alto, sobre el altar pero en un primer plano, un crucifijo del siglo XIII, según algunas dataciones.

La basílica está bajo la advocación de San Pedro. Una talla del primer papa, obra de Luis Fernández de la Vega, gran escultor e imaginero gijonés del siglo XVII, atrae inmediatamente la mirada. Es espléndida aunque la reciente restauración de Jesús Puras deja a uno sin palabras. No hay más que comparar la parte posterior de los ropajes, que se conservan como eran originalmente, con el resto: no tiene nada que ver. La mano del santo ya apenas gira. Era mate y ahora es todo brillos. Se supone que la donó la parroquia de San Juan el Real de Oviedo en 1964. Quizá sea más cierto que fue llevada a San Juan tras la destrucción de la basílica en los años treinta próximo pasados. No sería un regado sino una devolución en la que intervino el misionero Faustino Camblor.

¿Y dónde está la vieja piedra de altar sustituida por una lámina de madera? ¿Y las lámparas centenarias que se retiraron cuando en 2009 se metió la luz eléctrica?

El primer peregrino a Santiago, el creador del Camino tras descubrirse la tumba del apóstol, fue el rey Alfonso II. La tradición dicta que accedía al templo no por las tribunas superiores, como siempre hacían las dignidades civiles y eclesiásticas, sino por una puerta llana, a ras de suelo. Las tribunas de manera se perdieron entre incendios e incendios. Las jambas de las puertas de la basílica son rojas pero, ay, cada cierto tiempo las tapan con cemento no se sabe si por error o sadismo. Del cenobio, que consta existió, no queda rastro.

Llega un ciclista, José Ángel Álvarez, que viene pedaleando desde Santo Adriano de Tuñón, el templo prerrománico comparable por razones geográficas. Es de Avilés. En toda la mañana del pasado martes nadie más se acercó a San Pedro de Nora. Hace 4.000 kilómetros cada año a la bicicleta. Una estrella fugaz.

Las paredes de la basílica estaban protegidas con la técnica del opus ignino. Teja y ladrillo machacado hasta dejarlo casi como arena y a ese material se sumaba yeso, cal y arcilla. El resultado es una pasta absorbente. Lamentablemente fue sustituida por cemento que contribuye a la humedad. Aquí y allá, restos de pinturas hablan de un pasado iconográfico espléndido. Quizá como Santullano. O mejor aún. Una sombra de un caballo, una figura de un músico... y apenas nada más.

Los templos medievales estaban orientado al Este, Jerusalén. San Pedro de Nora, también, pero con una ligera corrección de 21 grados que más que equivocación indica una voluntad de aprovechar los rayos del sol el mayor tiempo posible. Sutilezas geniales de aquellos constructores.

La entrada invita a pensar en una escalera más larga y pronunciada, similar a Santa Cristina de Lena. Y en el otro extremo de la nave principal, lo mismo. Pero así están las cosas. Delante del altar había una gran losa. La memoria histórica dice que fue levantada y apareció una escalera y un túnel que salía al río. No es pálida leyenda, ahí está la salida sobre las aguas, cegada hace relativamente poco. La memoria también habla de una cripta y ...

San Pedro de Nora es una maravilla que la historia mil veces negra ha convertido en milagro.

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