La vida y la obra del filósofo son indisolubles. Emilio Lledó (Sevilla, 1927) dejó constancia de ello ayer en el vestíbulo del aulario del campus del Milán, en Oviedo, transformado en una especie de ágora en la que más de un centenar de personas, en su mayoría estudiantes, disfrutaron con el testimonio vital, con mínimas derivas en lección filosófica, de quien mañana recibirá en el teatro Campoamor el premio "Princesa de Asturias" de Comunicación y Humanidades. Fue también un cara a cara entre dos generaciones universitarias y el relato de un testigo vivo de la filosofía del siglo XX.

A una mesa de curvas sinuosas, como los meandros en los que a veces transmuta el discurso filosófico, se sentó el filósofo flanqueado por Carmen Alfonso, decana de Filosofía y Letras, y Armando Menéndez Viso, director del departamento de Filosofía. Con ellos profesores y alumnos de todos los estudios que se imparten en el campus de Humanidades para entablar, tras una introducción musical a cargo del trío "Mnemosyne", lo que la decana definió como un "diálogo interdisciplinar", algo que también podría ayudar a definir la propia filosofía de Lledó. Intervinieron los profesores Alfonso Llera, Emilio Martínez Mata, Leopoldo Sánchez Torre, Alberto Hidalgo, Margarita Blanco y Lluis Xabel Álvarez, junto con los estudiantes Pablo Rodríguez Valdés, Paula Menéndez, Ícaro Obeso, Noemí Carro y Mateo Rodríguez. Demasiadas cuestiones sobre la mesa para un tiempo tasado e improrrogable por la inflexibilidad del programa, que se abrió con una pregunta de la directora general de Universidades, Cristina Valdés, sobre el cuestionado valor de los estudios humanísticos. Toda una incitación para que el autor de "Filosofía y lenguaje" arremetiera contra el pragmatismo ("practiconería", según expresión propia) de elegir estudios sólo en función de las salidas profesionales. El arrinconamiento de las Humanidades "es la forma más feroz de perder la vida, la muerte de la cultura", dijo parafraseando a Walter Benjamin, y en ello tienen responsabilidad "programadores ignorantes de los planes de estudio", tremenda plaga porque "lo terrible es un ignorante con poder para determinar nuestra vida". "La Universidad tiene que educar la sensibilidad, ésa es la manera de crear libertades", defendió antes de cerrar la intervención con un humilde "me parece" con el que suaviza sus afirmaciones más rotundas. No sería el único momento del día para clamar contra la orientación dominante en los estudios universitarios y, por la tarde, en el Paraninfo de la Universidad, defendió la necesidad de "una revolución intelectual" para romper con esas imposiciones y evitar que "el mercado siga dominado por la organización de la sociedad".

Las referencias a su propia vida con las que Lledó nutría sus respuestas ("con la edad uno se vuelve memorioso") pusieron frente a frente a dos generaciones de estudiantes con un destino común, el de salir de España, pero separadas por setenta años. Lledó arrancó risas entre el alumnado al relatar cómo en 1952 "un muchachito enclenque, que con el hambre de la posguerra apenas pesaba 52 kilos, se fue a Alemania con 6.000 pesetas ahorradas dando clases particulares y sin saber alemán". "Ésa fue mi beca 'Erasmus' ", contaba el filósofo ante una generación que hoy busca su horizonte fuera bien formada y mejor alimentada. En su caso, el impulso de marcharse fue la insatisfacción de una Universidad "pobretona", un erial intelectual en el que "sobrenadaban" algunos profesores estimables en su excepción. En Alemania descubrió "la libertad intelectual". Allí "los profesores no daban asignaturas, sino que impartían temas de su especialidad, sobre los que se trabajaba a lo largo del curso. Era la Universidad que yo soñaba, pero que no sabía que existía". Al borde de los 88 años, que cumplirá el próximo 5 de noviembre ("el premiado más viejo", recalca con coquetería el profesor que "ya tiene discípulos jubilados"), Lledó conoció a algunos de los grandes de la filosofía del siglo pasado. A través de Julián Marías compartió alguna tarde con Ortega y Gasset, "un viejete enternecedor", poco antes de su muerte en 1955. En Heidelberg tuvo por maestro a Hans-George Gadamer, a quien le terminaría uniendo una estrecha amistad, mucho antes de que fuera reconocido como el renovador de la hermenéutica. Y a través de Gadamer conoció de Heidegger, cuya filosofía consideraba, como otros de su generación, "el sueño de un burgués entre dos guerras, porque defendíamos que el objetivo de la filosofía era transformar el mundo". Del autor de "Ser y tiempo" le sorprendió su "impresionante disciplina filológica", que le permitía recitar en griego páginas completas de la Física de Aristóteles. Pero no todo era academia, también hubo ocasión de compartir cervezas a las orillas del Neckar, donde para los alemanes aquel filósofo llegado de Madrid era un ser tan curioso como un torero alemán, según su propio símil.

En Heidelberg vivió la llegada de la primera oleada de emigrantes españoles, que le proporcionaron "una de las experiencias más hermosas como profesor". Enseñaba alemán a los recién llegados y "nunca vi tanto interés por aprender". La mayoría eran andaluces, todo un desafío para el tópico "indignante y agresivo" de la pereza sureña.

El filósofo, que querría seguir como profesor en activo, se autodefinió como "defensor radical de la enseñanza pública, es una aberración que el dinero determine los niveles de la educación". Aprender a observar el mundo es tarea común de filósofos y maestros. Y eso le gustaría ser: "Un maestro de escuela para enseñar a los niños a mirar los gajos de una naranja". A uno de ellos y a la escuela pública de Vicálvaro ("cuando era un pueblecito y no un barrio de Madrid") debe su primer acercamiento al "Quijote", preámbulo de una docena de lecturas completas. De entre los miles de libros que forran las paredes de su casa madrileña, Lledó se queda con un viejo cuaderno escolar suyo con sugerencias anotadas tras leer la obra de Cervantes ("la lectura es fundamental en la enseñanza").

El filósofo allana el camino a la vida cuando sostiene que "la filosofía es apertura continua. No podemos dejar de pensar, no podemos dejar de vivir. A todos nos interesa entender en qué mundo estamos, todos somos filósofos, lo que ocurre que algunos nos dedicamos a ello profesionalmente".