Ese hombre de 76 años de andar pausado y mirada brillante a pesar del cansancio viajero que se sienta ante la prensa es una leyenda viva del cine. Del cine cuando es el séptimo arte, no cuando es sólo industria. Y Francis Ford Coppola, que en un suspiro de tiempo en los años 70 creó cuatro obras maestras (dos "Padrinos", "La conversación", "Apocalypse now") carga su mensaje de desafíos y esperanza: el cine sin riesgo no existe y el riesgo no entra en los planos de la Meca del Cine. Pero el futuro es positivo.

¿Hollywood? Primera pregunta. Primer trallazo: "No existe como tal. Es un pequeño pueblo, unas casas, un cartel en una colina. La industria está allí para fabricar un producto. Ganar dinero para sus inversores. Como en otras partes del mundo. Pero también es un producto. Spielberg o cualquiera de mis colegas de generación no entramos en el cine para ganar dinero. Buscábamos el placer de la creación. Yo no quería ser famoso. Quería aprender. Experimentar. En los primeros tiempos del cine nadie sabía hacer películas, rodaban el plano de una niña atada a una vía, y de pronto cambiaban al plano de una locomotora, y veían cómo reaccionaba el público. Y así aprendían a emocionar". Sí, eran pioneros del entretenimiento pero también exploradores de la belleza. Por eso, sentencia el maestro Coppola, que hace años dejó el cine comercial al uso y se puso a rodar pequeñas películas donde se reinventaba y reventaba toda su trayectoria anterior, "el cine necesita riesgo si quiere avanzar hacia el futuro. Hacer arte sin riesgo es como intentar tener hijos sin hacer el amor. Y eso no está en el menú de Hollywood".

¿Saben? A este hombre que se ha hecho rico y se ha arruinado varias veces le sigue encantando el cine: "Es magia. El dinero no es tan difícil de conseguir si eres listo, puedes fabricar fertilizantes, armamento... El cine es otra cosa". Y a sus 76 años (aunque suele tener un problema de dislexia con la edad y habla de 67) es un aprendiz de todo. Por eso le encanta hablar con los estudiantes de cine. "Aprendo de ellos". ¿Y proyectos? Escurre el bulto: "No me gusta hablar de lo que estoy escribiendo, dejo el motor sin energía y pierdo motivación al rodar". El cine independiente es donde se hace el cine más interesante, dice. Y construye una teoría inciertamente hermosa: "Somos únicos, hubo una posibilidad entre un millón de que naciéramos, y como cineastas debemos ser personales, porque entonces seremos únicos. No hay que tener miedo a expresar tus emociones, no hacer películas bien hechas que podría hacer igual cualquier otro". Él sabe muy bien el precio que se paga por experimentar, por salirse por la tangente. "A veces hay que esperar años para que reconozcan tu trabajo. Bizet vio cómo abucheaban su 'Carmen' y murió antes de verla triunfar". Cuando hizo aquel ramillete de joyas en los 70, la respuesta inicial fue hostil. "Y espero que a las películas que hice hace unos años les llegue su momento". Los tiempos, afirma Coppola, "siempre son difíciles, pero estos de ahora no son los peores. Nuestros nietos vivirán hasta los 120 años y todo cambiará: el matrimonio, el periodismo, la investigación. El futuro siempre será positivo".

Hay sombras: Siria. "Hace cuatro años visité Siria. Estuve en Palmira y Alepo. No lo olvidaré nunca. Es muy duro de aceptar lo que está ocurriendo ahora". O la corrupción: "Esa enfermedad a la que no se puede sobrevivir". Pero Coppola, con voz de abuelo que aconseja a sus nietos decir siempre la verdad, ilumina la escena: "No creo en el mal. En el ser humano prevalece el amor, una fuerza potente y misteriosa". Y lo dice alguien que rodó "El Padrino", una de las películas favoritas de muchos villanos en todo el mundo: "Me arrepiento de haber contribuido a ello". Le perdonamos: por tanta belleza, por tanta magia.