A Leonardo Padura (La Habana, 1955) la realidad que vive en Asturias estos días le está "desbordando". El premio "Princesa de Asturias" de las Letras, que hubiera querido ser escritor de ciencia ficción, pero descubrió que le falta imaginación, está aprovechando las jornadas de encuentros y charlas en Asturias para extraer el conocimiento y la observación de la realidad que practica desde sus años de periodista, "una ocupación que nunca he abandonado aunque no trabajo en ningún órgano de prensa". A pesar de sentirse uno más de la profesión, deslizó una velada crítica por tener que responder a menudo a preguntas sobre las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. "He estado reflexionando sobre eso y estoy seguro de que a Coppola no le van a hacer esa pregunta. Y es lo mismo, él es americano como yo cubano, pero me preguntan a mí, a él seguro que no".

Padura se reunió ayer, en su tercer encuentro masivo en Asturias, con estudiantes y profesores del campus del Milán. Le acogió un salón de actos abarrotado, que le obligó, antes de entrar en materia literaria, a mostrar su agradecimiento "por las muestras de cariño que estoy recibiendo, por tener tantas lectoras, por la cantidad de libros que llevo firmados".

En el encuentro del Milán, respondió a las preguntas planteadas por los profesores Emilio Frechilla y Virginia Gil Amate, la escritora de literatura infantil Aida Falcón, cubana residente en Asturias, y la poeta Claudia Elena Menéndez. Con la literatura como telón de fondo, el autor de "Herejes" rebuscó en sus orígenes para comentar sus indagaciones en los recursos que permitieron a autores como Juan Rulfo o el mismo García Márquez hacer una literatura en la que la visión mágica de la realidad se integra al corpus narrativo.

Por contra, su generación y él mismo se decantaron más por un realismo posmoderno "de mirada irónica y reflexiva. Ésa es la estética que he practicado", un modo de hacer que se materializa en la forma de configurar al protagonista de muchas de sus novelas policiacas. Mario Conde es "un personaje que parte de la realidad, pero es totalmente inverosímil". Como sucede en "Adiós Hemingway", Padura alterna un universo muy realista con alternativas que no lo son, combina el personaje real del escritor, su casa y su entorno, con el Mario Conde convertido ya en un vendedor de libros antiguos, y "esa mezcla de alternativas es lo que la convierte en una obra de ficción".

En esa apuesta juega con el hecho de que la realidad y la ficción "se mueven con motores distintos, evito alterar la historia, pero la moldeo a la estructura dramática de la novela", son relatos en los que la verdad forma parte de esa literatura que comenzó a crecer casi sin proponérselo.

Tras unos inicios difíciles que lo trajeron a Gijón con 40 dólares en el bolsillo, iría encontrando su camino, "el modo de escribir literatura policiaca de carácter social con una voluntad de estilo literario que no existe en muchos autores". Desarrolla así un estilo que utiliza la novela negra para reflexionar sobre lo que está ocurriendo en la isla con "Mario Conde como notario de la sociedad cubana desde la gran crisis de los años noventa hasta 2008. Pero lo hace con una mirada posmoderna con la novela como recurso para otros fines más estéticos y sociales".

A ese retrato social, intenta añadir una experiencia generacional de homogeneidad, "en Cuba todos éramos iguales, aunque algunos un poco menos, pero no eran visibles". Esas experiencias acumuladas y las no vividas están también en el sustrato de su narrativa, lo mismo sucede con lo oculto. En "El hombre que amaba a los perros", Trotsky era parte de una realidad escondida que fue lo que "me instó a sentir curiosidad en conocer y comprender su existencia".

Antes de finalizar el encuentro, Claudia Elena Menéndez y Darío de Dios Sanz le entregaron una edición en asturiano realizada por ellos de dos cuentos firmados por Padura en sus inicios. Después descubrió un placa conmemorativa de su paso por el campus que llevaba un texto de "Herejes", que agradeció profundamente.