Asturias pierde a un referente del arte regional. El artista plástico Casimiro Baragaña, figura central del panorama pictórico asturiano en el último medio siglo, falleció en la mañana de ayer en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), donde permanecía ingresado desde el miércoles a consecuencia de una neumonía. El pintor sierense hubiera cumplido 91 años este mismo mes.

Natural de Pola de Siero, Baragaña era hijo de un emigrante a Cuba, oriundo de Muros de Nalón, y de una vecina de la parroquia sierense de Celles. Desde muy joven manifestó su amor por la pintura, que le llevó a cursar estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, donde permaneció entre 1950 y 1955 y trabó contacto con Antonio López y el también asturiano Félix Alonso.

La incipiente calidad del artista poleso quedaría de manifiesto ya en esos años de formación en los que obtuvo sendos premios dentro de la Academia: de Composición y de Paisaje. Tras completar su formación, fue becado por la Diputación Provincial de Asturias para ampliar estudios en Italia, en 1956, y en París, dos años después. Pero la proyección de Baragaña no le impidió volver a la llanura sierense, una tierra que marcó a fuego las coordenadas de su estilo artístico, y desde la que se integró en una generación llamada a renovar el arte de la región en la posguerra.

"Era un pintor interesante que nació además en el contexto de una generación, de un grupo de artistas, como son los nacidos en los años veinte del pasado siglo, que tuvieron una misión muy importante tras la Guerra Civil: volver a conectar el arte asturiano con las corrientes de la modernidad artística", explica Alfonso Palacio, director del Museo de Bellas Artes de Asturias. Además de Baragaña, en este grupo de artistas al que alude Palacio figuran otros nombres clave del arte asturiano: son los Antonio Suárez, Orlando Pelayo, Joaquín Rubio Camín, Alejandro Mieres, Mercedes Gómez-Morán...

"Casimiro Baragaña fue un renovador. Se formó con una estética figurativa y dentro de ella dejó sentir claramente los ecos del cubismo. Era un pintor de mucha calidad, y aunque es una fortuna para Asturias, es también una pena que se quedase en un ámbito regional. Porque otros pintores, quizás con menos calidad que la que él tenía, sí se decidieron a dar el salto al ámbito nacional o internacional, mientras su repercusión ha quedado limitada al ámbito local o regional", reflexiona Ana Fernández, profesora de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo.

Otro buen conocedor de la obra de Baragaña es Rubén Suárez, crítico de arte de LA NUEVA ESPAÑA y autor de dos libros centrados en el artista, quien destaca especialmente la condición del sierense como nexo entre distintas generaciones y estilos: "La obra de Baragaña es un puente, un enlace entre el paisajismo naturalista asturiano, figurativo y realista, y el arte ya más moderno, entre el impresionismo y la abstracción. Porque su pintura, al final de su vida, era cada vez más escueta de forma, aunque era auténtica. Conservaba la autenticidad de lo percibido visualmente pero estaba integrada plenamente en la contemporaneidad, en la modernidad, porque traduce las formas de la naturaleza a un sistema lineal", explica Suárez.

Quizá la primera gran obra de Baragaña, una muestra temprana de su abrumador talento, son las pinturas murales que realizó, en el año 1959, en la iglesia de San Pedro de Pola de Siero. Una obra que cobró fama inmediata, y que dio a Baragaña la posibilidad de decorar otros templos de la geografía regional, como los de Mestas de Con, Cangas de Onís y Pola de Laviana.

"Baragaña aportó, sobre todo en los años cincuenta, un cierto impulso renovador que no es igual ni se puede comparar con el que imprimieron otros, pero sí que en algunas de sus pinturas de esa época se ve esa aproximación a la modernidad que hace en el paisaje natural o urbano, pero también en el retrato, sus géneros favoritos. Desde el punto de vista plástico tiene una asimilación de la pintura poscubista, y desde el punto de vista cromático del fauvismo, aunque algo rebajado. Pero con esas influencias, trató de crear su propio estilo", añade Palacio.

A partir de ese primer momento de esplendor, Baragaña completó una prolífica trayectoria que incluyó diversos reconocimientos a nivel regional y nacional, protagonizando 27 exposiciones. El reconocimiento definitivo le llegaría en los años setenta del pasado siglo. En 1972 obtuvo el primer premio "El Paisaje Asturiano", organizado por el Instituto de Estudios Asturianos, y fue objeto de una exposición monográfica en Oviedo que cosechó un éxito notable. Seis años después, el artista poleso recibió un homenaje con motivo del VIII Certamen Nacional de Pintura de Luarca.

Instalado en la excelencia, Baragaña alcanzó un hito pocas veces visto en esta tierra: ser reconocido en vida en su patria chica. Y lo fue además por partida doble: en 1998, el Ayuntamiento de Siero le distinguió como "Hijo predilecto" del concejo, y seis años después, en 2004, el propio consistorio impulsó en la Pola el certamen nacional de pintura "Casimiro Baragaña".

El artista, por su parte, legó al concejo la que a la postre sería su última obra: el imponente mural que decora la casa consistorial de Siero. Baragaña cerraba así un círculo en su propia villa natal donde, separadas por apenas doscientos metros, se conservan las dos obras magnas que abren y cierran su trayectoria: los frescos de la iglesia de San Pedro y este mural del Ayuntamiento, que el artista realizó en 2007.

Aunque ya no pintaba, Baragaña nunca perdió de vista el panorama pictórico. "Incluso en sus últimos años, que ya estaba muy deteriorado, cuando le hablabas de pintura era como si le inyectaras algo, se reactivaba", revela Ramón Quirós, director de la Fundación Municipal de Cultura de Siero, el organismo que convoca el premio nacional de pintura que lleva el nombre de este pintor que amaba Pola de Siero. El funeral por su alma se oficia esta tarde, a partir de las cinco, en esa misma iglesia de San Pedro de Pola de Siero que Baragaña dignificó con su arte.