Imaginemos que estamos en 1939. Años de acero, días de trueno que sacuden a Europa y la convierten en un campo de concentración de miedos y odios. Hannah Rosenthal es una niña judía que pertenece a una de las familias de mayor peso social en las altas esferas de Berlín. Junto a su madre, Hannah disfruta de un mundo de oropel que, de golpe y porrazo, se romperá en mil pedazos. La bota nazi pisotea sin piedad a quienes se salen de la pureza aria y los Rosenthal se ven inesperadamente recluidos en su lujoso apartamento berlinés, viviendo entre sombras para no llamar la atención de las fieras. Pero la niña, cual Ana Frank rebelde, tiene recursos para escapar de ese entorno y junto a su amigo Leo Martín, amplían audazmente sus horizontes a través de una ciudad que ya no es la suya, un paisaje desolado donde las calles se llenan de casas incendiadas, el sueño tiene alfombras de cristales rotos y por doquier resuenan las pisadas marciales de los vándalos nazis. Hay que escapar de ahí como sea. ¿Que hay que perderlo todo para conseguirlo? Pues se pierde. Está en juego la vida, el futuro. La esperanza. ¿Cómo? ¿Cuándo?

Por mar.

El lujoso trasatlántico "Saint Louis" saldrá de Hamburgo a La Habana con 937 refugiados judíos dentro. La ocasión la pintan dorada. Y un 13 de mayo de 1939, las familias Rosenthal y Martín abandonan su país para iniciar una travesía de dos semanas que les lleve a lugares donde no sean perseguidos. De alguna manera, ese tiempo vivido en alta mar es un paréntesis donde se recupera la alegría y el lujo que había antes de la llegada de Hitler y sus secuaces. Y Leo y Hannah son felices.

Pero...

El gobierno cubano presidido por Federico Laredo Brú anula las visas de los pasajeros por medio del decreto 937 y no tendrán permiso para entrar. El buque no puede entrar en el puerto y comienzan las negociaciones. Fallidas. Solo 26 pasajeros pueden desembarcar en La Habana. Llegan las separaciones. Rupturas dolorosas, adioses desgarradores. El barco regresa a Europa. Y la tragedia es inevitable.

Imaginemos que estamos siete décadas después. La sobrina nieta de Hannah viaja desde Nueva York a La Habana para conocer la historia del "Saint Louis" y el destino de sus pasajeros.

Con ese material basado en hechos reales y altamente prometedor, Armando Lucas Correa, compone con La niña alemana un puzzle emocional e histórico de primer nivel. La historia, que los aficionados al cine conocen gracias a la película El viaje de los malditos (Stuart Rosenberg, 1976) está narrada con la agilidad y precisión de un buen periodista, pero también con los meandros poéticos de un autor que se cuela en la personalidad de sus personajes para exponer con toda su crudeza y sensibilidad sus temores, anhelos, esperanzas y desesperaciones, amores y fracasos. "Voy a cumplir doce años y ya lo he decidido: mataré a mis padres". A partir de ese comienzo ciertamente angustioso que nos permite acercarnos a Hannah en primera persona, Correa convierte al lector en un pasajero más de aquel "viaje de la vergüenza" . Zarpamos.