Un concierto de canciones de Aute siempre es un ejercicio arriesgado. No por la calidad de la obra que se va exponer -en eso se juega sobre seguro-, sino porque la cualidad de las canciones de Luis Eduardo destaca por su tono radicalmente íntimo que, en principio, parecería incompatible con grandes teatros abarrotados o largas colas ante las taquillas. Como la prestidigitación más honesta, esa magia de cerca que hace aparecer una moneda a pocos centímetros de nuestros ojos, la obra que Aute nos presentó en discos chillonamente susurrados como "Rito", "Espuma" o "Babel" está pensada para ser escuchada en condiciones de extrema proximidad, cara a cara con el artista en un compromiso mutuo de sinceridad con una intensidad más densa que aguda.
Pero La Ciudadana y todos los cantantes que el sábado llenaron el Filarmónica de Oviedo nunca se han caracterizado por no querer asumir riesgos, y demostraron a lo largo de todo el concierto cómo la dialéctica entre lo individual y lo colectivo no está basada en el enfrentamiento sino en la mutua necesidad. Así lo pusieron en práctica Silvia y Gema Fernández con esa interpretación precisa -en el sentido de "necesaria" y en el sentido de "exacta- de "La belleza", y Héctor Tuya, vistiendo "Anda" de una alegría que no estaba en la canción original y comprobando que le sienta bien, y Vaudí, haciendo una fusión filipina-gitana-castellana-brasileña alrededor de sólo "Dos o tres segundos de ternura" -por cierto, qué rabiosa y contundentemente bien cantó Javi Monge el lucidísimo "Autotango del cantautor".
Y consiguieron que cientos de personas coreásemos experiencias muy íntimas y que cada uno de nosotros sintiéramos como propio lo que se estaba afirmando en el escenario. Y una vez más las canciones -esas oraciones paganas que nos permiten a los ateos reunirnos para hacer algo parecido a rezar- demostraron su capacidad para encender la intimidad colectiva incluso en mitad de los días más crudos del invierno.