Así ve en su obra a Asturias García de Cortázar: "Asturias -salvo la señorial Oviedo, la ciudad soñada por sus reyes a imagen y semejanza de la añorada Toledo, donde brilla con luz propia la catedral gótica, o Gijón, único puerto en su costa para el comercio con las Indias- no cuenta con residencias principescas ni conventos opulentos. Sí tiene, en cambio, casonas y torres de nobles blasones, y conserva las más opulentas muestras de casas de indianos que pueden verse en el norte de España. Y, por supuesto, contiene un buen racimo de lugares con mucho abolengo y no menos leyendas. Pueblos que aún conservan el aire del pasado, donde se amanece entre estáticas mareas de bruma que hablan el lenguaje de los bosques, y el crepúsculo llega, como el alba, en medio de una sinfonía de cencerros que las vacas, sin atolondramiento, pero sin pausa, agitan al pasar".