Si la filosofía puede llegar a tener los pies tan ligeros como Aquiles, la verdad puede resultar, también, tan inalcanzable como la tortuga de Zenón de Elea. Por más que el debate nos ayude a ir recortando distancias, como en la paradoja clásica nunca se alcanzarán certezas sólidas. Al menos, el filósofo Michael J. Sandel no se quiso mojar ayer ninguna vez en ningún charco (ni el catalán, ni el de los vientres de alquiler, ni el del conflicto de civilizaciones) en sus primeras palabras ante la plaza pública en Asturias, recién aterrizado. Con, apenas, una excepción. La revolución digital. Ahí Sandel fue tajante. "Estamos viendo el lado oscuro, manipulación y excesiva concentración de poder en manos de unos pocos. Hace un siglo la política tuvo que responder a un exceso de concentración de poder derivado de la Revolución Industrial, hoy nos tenemos que enfrentar al poder creciente derivado de la Revolución Digital".

Lo dice un filósofo que ha llevado el ágora a YouTube y a las plataformas audiovisuales en streaming con notable éxito, que llena auditorios por todo el mundo y vende libros como rosquillas. Pero si de algo parece seguro es de que hay que ponerle puertas a Silicon Valley. "No hace mucho asumimos que las redes sociales", desarrolló, "eran una buena fuerza democrática que ofrecía comunicación directa entre ciudadanos y que podría moderar movimientos sociales, políticos y servir para hacer reformas". Pero en poco tiempo, opuso, "Facebook y otros han pasado a ser instrumentos de manipulación política, que difunden noticias falsas y destruyen los debates democráticos y los procesos electorales". El otro problema es "el del gran poder concentrado en unas pocas empresas". El peligro se asocia, además, a la amenaza a la privacidad. "Su modelo de negocio consiste en recopilar datos personales a gran escala y vendérselo a los anunciantes. Todos sabemos que eso es un riesgo". La respuesta, para Sandel está empezando a escribirse en Europa. "Y lo están empezando a hacer mejor que en EEUU".

Pese a estas certezas digitales, Sandel ofreció más preguntas que respuestas. Pero no estériles. A medio camino entre lo socrático y la duda metódica, Sandel apeló al debate y, en especial, a la autocrítica, como forma de lograr respuestas "más adecuadas y más precisas". Lo dijo cuando se le preguntó por la dificultad de casar distintos conceptos de justicia. La búsqueda de la ética universal. Al final, se trata de buscar "la vida buena", y seamos o no filósofos, concluyó, todos nos respondemos qué significa justicia o democracia "cada vez que decidimos cómo criamos a nuestros hijos o a quién votar". Ahí, "la filosofía nos permite actuar de manera crítica respecto a los juicios que tomamos y acercarnos a respuestas más adecuadas, más precisas".

Esa es la misma autocrítica que pidió para los políticos ante el auge del populismo y la xenofobia. "Las élites tienen que ser mucho más autocríticas, porque ellas han propiciado el surgimiento de estos populismo y esto es un gran retroceso. En muchas democracias muchos partidos importantes han fracasado a la hora de abordar las desigualdades crecientes". Lo que urge, concluyó "es hacer una política que tenga más sentido".

Sandel es un comunitarista, y ayer se le preguntó por los problemas que uno se encuentra cuando busca el bien común. ¿Qué si esta idea de bien común no coincide con la de otra civilización? ¿Occidente frente a Asia? ¿Qué si las aspiraciones de las minorías chocan con los de las mayorías? Debate, debate, debate. Esa es la receta del catedrático de Harvard, que confesó, cuando se le puso el ejemplo de los veganos que uno de sus hijos lo es y siempre trata de persuadirle de que él también lo sea. Con los chinos, una comunidad que conoce bien, a la que acaba de dedicar un libro, admitió que se pueden asumir dicotomías como un occidente más individualista y un oriente más comunitario, o un occidente que habla de justicia mientras ellos dicen armonía. "Pero esto son simplificaciones", aclaró, y precisamente de lo que se trata des "de cuestionar nuestras propias tradiciones para crear espacio en los que explorar con otras sociedades". Ese buscar los lugares comunes donde confrontar, en el buen sentido, ideas es la misma solución que aportó ante los conflictos identitarios. "La política ofrece intolerancia para solucionar los problemas de identidad porque no hay un debate sano sobre la pertenencia a un grupo y por eso los fundamentalismos rellenan ese vacío. El reto consiste en elevar el debate público sobre esos temas para no dejarles espacio. Porque buscamos respuestas, pero no esas".

La respuesta podía haber servido para la pregunta sobre Cataluña, planteada más en clave de conflicto de filosofía política, pero ante la que Sandel puso encima de la mesa su condición de "observador externo" para evitar dar una respuesta a, quizá, una de las cuestiones más difíciles de nuestro tiempo. "Cómo casan las cuestiones de identidad con los acuerdos para vivir en comunidad". Dijo que diría lo obvio, que "cualquier política democrática que tenga éxito tendrá que promover el debate, la negociación".

Sí contó, esta vez cargado de razones, que le gusta que se enseñe filosofía en los institutos. Pero no de cualquier forma. "Si se enseña de forma simplista, obligando a que lean a los autores del pasado y haciéndoles luego un examen en el que deben recordar quién dijo qué, creo que habremos perdido una oportunidad". Él lo hace explicando que la filosofía es "algo vivo", que "los filósofos del pasado escribían en relación a los dilemas reales de sus sociedades". "La filosofía debe tener trascendencia pública, y ser accesible y atractiva a todos, no sólo a los alumnos".

No hubo tiempo para más. Una última pregunta sobre los vientres de alquiler la saldó con sus objeciones a los casos en los que hay dinero de por medio y el problema de convertir en mercancía a madre e hijo. Si hay altruismo es otra cosa. No obstante, hay que debatirlo.