Lo que pasó ayer tarde en Candás es para anotar. "Ver este salón lleno de gente me satisface enormemente", señaló Carmen Dintén, la bibliotecaria municipal, la encargada de entrevistar a María Teresa Álvarez, la escritora más candasina de todas; ayer, pletórica, con "La hija de la indiana" bajo el brazo, la continuación de la historia de Marina y de Silverio, el matrimonio que cambió su tierra por La Habana en el borde de los siglos XIX y XX. "Ha escrito una novela de amor a su tierra y a sus gentes", destacó Ymelda Navajo, la editora de La Esfera de los Libros, la primera en tomar la palabra en Conservas Ortiz, un salón de actos lleno de seguidores de una escritora que, emocionada, agradeció a su público: "Me habéis hecho un enorme regalo, uno que trasciende lo material", subrayó. Y es que todo Candás celebró ayer la llegada a las librerías de "La hija de la indiana". "Esta es la presentación oficial", apostilló la escritora.

El bautizo de la última novela de Álvarez se celebró en el mismo sitio en que empezó a cobrar vida su anterior libro, "La indiana". Y todo, ante la mirada pausada de los retratos de las mujeres hechos por Alfredo Menéndez, mujeres que cambiaron la vida de Candás. "María Teresa ha conseguido devolver a la vida la figuras de mujeres olvidadas por la historia oficial", señaló Navajo en referencia a las novelas históricas de Álvarez. "La hija de la indiana" es una creación entera, destacó en su intervención el exvicepresidente del Gobierno Fernando Suárez, que reconoció su "nerviosismo" ante las novelas de su amiga. "Nunca sé con certeza lo que es verdad o lo que es fabulación", apuntó. "Me siento intranquilo, porque prefiero que la historia y la novela estén separadas", añadió. "Por todo esto he leído con más sosiego esta última novela", continuó.

Suárez fue el encargado de desentrañar los recovecos que esconde el libro último de la candasina. "Si no he contado mal, tiene 85 personajes", apuntó. "Las menciones a Candás son constantes, pero también a Luanco, a Avilés, a Oviedo... pero también al universalmente conocido Cristo de Candás", destacó el expolítico que, junto a Navajo, llegó a la capital del concejo "pocos minutos antes de empezar", apostilló la protagonista de un acto que fue también la maestra de ceremonias y en el que sonó música y hubo baile y, sobre todo, nostalgia de lo que pudo haber sido: "Cuando subo a la capilla de San Antonio, tengo que acordarme de Marina Silverio y mis personajes", concluyó la escritora.