Frente a la definición taurina de "manso" (sale suelto y da vueltas, no acude cuando se lo provoca y pasa por las telas en lugar de acometerlas), el concepto evangélico de mansedumbre se acopla idealmente al de astucia, algo así como hacerse un poco el tonto de mano, pero tener siempre una reacción en la recámara.

Manso, por pura bondad, pero inteligente, fue el emérito de Asturias, Gabino Díaz Merchán (1981-1987), como presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), en tiempos de Felipe González. Su sucesor, Angel Suquía (1987-1993), básicamente astuto, ya se encontró a un PSOE debilitado, y a continuación, Elías Yanes (1993-1999), hubo de presentar pocas armas contra Aznar, lo mismo que, después, Antonio María Rouco (1995-2005).

Pero en estas llegó Zapatero al poder (2004-2011), y aunque Rouco ya había dejado la presidencia de la CEE a favor del manso inteligente Ricardo Blázquez (2005-2008), el cardenal y arzobispo de Madrid acudió ese mismo año a la manifestación en contra del matrimonio gay, junto a otros 17 obispos entre ellos el vicepresidente de la CEE, Antonio Cañizares. Pero el presidente Blázquez o el arzobispo de Sevilla, Carlos Amigo, no asistieron.

Durante el zapaterato hubo también protestas masivas contra la reforma de la Ley de Educación o contra el nuevo aborto por plazos. De hecho, aquellos tiempos y reformas sociales de Zapatero supusieron la más intensa y continuada respuesta de los católicos contra un gobierno, algo que dentro de la Iglesia española y de la propia CEE generó contradicciones.

La situación actual, con PSOE y Unidas Podemos, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el poder se desvela como un seguro campo de confrontación. La pregunta, ante las elecciones episcopales de esta semana, consiste en ¿quién ha de guiar las delicadas decisiones católicas durante los próximos cuatro años?

Por un lado u otro, Sánchez e Iglesias tocarán dos de los cuatro "valores no negociables" (en expresión de Benedicto XVI), a saber: defensa de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural (frente a la eutanasia); la familia fundada entre hombre y mujer; la libertad de educación de los hijos (frente a las ideas de la ministra Isabel Celaá), y la promoción del bien común en todas sus formas.

Además, las inmatriculaciones de la Iglesia y el pago del IBI serán las cuestiones abordadas por la vicepresidente Carmen Calvo, aunque ambos asuntos no alcanzarán la preocupación moral de los católicos. Por cierto, que la propia Calvo recibió hace unos días al saliente presidente de los obispos, Ricardo Blázquez, y elogió la función serena y de diálogo por parte del mitrado.

Por otra parte, en los mentideros de la Iglesia o en medios de comunicación afines o contrarios, se han jaleado dos nombres en torno a las antedichas cualidades de mansedumbre y astucia.

El primero es Juan José Omella Omella, cardenal arzobispo de Barcelona, cuyas cualidades son más externas que interiores. Es hombre de confianza del Papa Francisco, que le creó cardenal y le ha llevado a la Congregación para los Obispos, el órgano vaticano que los propone para su nombramiento. En segundo lugar, y no siendo catalán (es turolense, aunque habla algo de catalán), ha ocupado la silla más caliente del episcopado español: Barcelona. Y lo ha hecho sin que se hayan escuchado rechazos independentistas o haya sufrido la trituración en medio de autodeterministas y españolistas. Es hombre sereno y cauto, pero la duda se plantea en si dichas cualidades continúan con una inteligencia especialmente crecida para este tiempo.

En segundo lugar, el nombre de Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo, suena como mitrado al que respaldan unos 20 obispos que hace unos lustros respondían a la etiqueta de "rouquistas". Sin dura, Sanz sería el más dotado e inteligente de todos ellos, pero es posible que dicho colectivo, si le propone, le arroje a una derrota poco dulce.

Un tercer nombre ha comenzado a sonar en estas ultimas fechas: Antonio Cañizares Llovera, cardenal arzobispo de Valencia, quien en alguna entrevista niega que pretenda alcanzar la presidencia, pero que se amoldará a lo que digan sus compañeros. Es una forma de ofrecerse en retirada, o de retirarse en oferta. No es manso, pero posee una cualidad de benéfico conspirador francamente interesante.

Podría suceder también que un obispo joven alcanzara la presidencia, pero es más dudoso en función de que los obispos son fieles al escalafón y, según dijo Tarancón, padecen "tortícolis de tanto mirar hacia Roma". Con todo, el manso astuto está por descubrirse.