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Crisis del coronavirus

"En el Ifema vi a enfermos caminar como muertos", dice la actriz asturiana Sonia Vázquez

La convalecencia de la intérprete duró un mes, pero ya puede achuchar a su hija, pese a que un médico le advirtió de que no podía asegurarle que la volvería a ver

El Hospital de Ifema, ayer. E. P.

"Lo que se decía en la sala de espera del hospital de la Princesa, en Madrid, era que si te llevaban al Ifema era porque estabas bien", cuenta la actriz Sonia Vázquez al otro lado del teléfono, después de más de un mes de convalecencia tras haber contraído el COVID-19 no se sabe dónde. "Pero allí, en el pabellón 9 del Ifema, vi enfermos caminar como muertos", relata la actriz, fija de casi todos los proyectos de compañías como "Konjuro Teatro" y "Ánimo de lucro".

"No sé dónde había pillado el virus: solo había acudido a una reunión y al supermercado, me lavaba las manos con tanta frecuencia como la que recomendaban... Me había quedado en paro cuando cerraron los colegios: yo daba clases de teatro, hacía cuentacuentos". Así, con un tanto de congoja, comienza un relato crudelísimo de una aventura de sala de espera en sala de espera, de hospital en hospital, de soledad en soledad. Y también de muchas lágrimas: de todas ellas.

Las primeras las vertió cuando el médico que por fin la atendió -después de tres días y dos noches en una sala de espera que parecía una enfermería de un campo de batalla- le dijo que se quedaba ingresada, que si tenía un móvil se lo comunicara a los suyos.

-Tengo que despedirme de mi niña. Dígame que la puedo volver a ver.

Y no, no se lo dijo.

El médico "pétreo" -el adjetivo lo pone la actriz- respondió: "No se lo puedo asegurar".

Y cuando a una madre no le aseguran que pueda volver a abrazar a una niña de tres años solo le cabe encontrar las fuerzas que el virus le ha robado para poder recogerse a sí misma y también "al mundo entero que se ha caído de golpe".

La consulta con el médico "pétreo" fue como una comparecencia ante el guardián del infierno. Antes de eso solo había habido dolor, después, a ese dolor se sumó la tristeza y un sentimiento de haberse transformado en un número y no en una mujer convaleciente.

Todo había empezado el día 18 de marzo con un "dolor de cabeza fortísimo, como mil veces mayor que uno normal y el dolor muscular insoportable". Con eso y con horas y horas intentando que alguien al otro lado del teléfono dijera algo, dijera qué había que hacer, le dijera que todo iba a pasar. Pero no hubo manera: perdió el olfato, perdió el apetito, se le puso un dolor en la espalda nivel superior. "Me faltó la tos para tener el bingo", bromea.

Escuchaba en la televisión que no había que acudir al hospital, que había que llamar por teléfono. "Por entonces salió una aplicación que me bajé al móvil. Resulta que había que responder una serie de preguntas, luego te decía si lo tenías o no. A mí me salió que no", se lamentó. No tenía el virus, pero sí una colección de dolores sin nombre. "Finalmente, me cogieron el teléfono. Supongo que hablé con un teleoperador. Me dijo que me llamaría un médico del SAMU. No me llamó nunca. Todavía lo estoy esperando", apunta la actriz.

Para hacer frente al bicho lo que tuvo que hacer era tomar paracetamol. "Pero no me quitaba el dolor", apunta. "Un día me desmayé en casa. Coincidió entonces que mi marido empezó con los mismos síntomas. Como yo: todos menos la tos. Me empezó un dolor horrible en el pecho. Llamé al teléfono ese. Me dijeron que era normal, pero no lo era. No podía respirar, pero no era un no respirar como de asma. Soy asmática. Era distinto. Llamé de nuevo al teléfono". Y, al otro lado, por fin escucha una instrucción clara: "Coge un taxi, vete al hospital a que te hagan una placa".

Para conseguir la placa tuvo que aguardar tres días y dos noches sentada en unas butacas de plástico: ciento y pico personas lamentando, ciento y pico personas con diarrea y un solo baño, camas con goteros y unos asientos cómodos "muy cotizados". "Había un señor mayor con el que hice un poco de amistad. Me veía como veía: 'Me van a subir, cuando lo hagan, cógelo para ti', me prometió". Ahí, en el hospital de La Princesa, es donde escuchó al médico "pétreo" que no era seguro que pudiera volver a Alicia. "También había mucha gente que rezaba, pero eso a mí no me daba tranquilidad", asegura. Alicia es muy importante en la historia convaleciente de la protagonista de "Alizia 21", la comedia carroliana de Jorge Moreno. "Había decidido que iba a hacer lo que me mandaran, que todo lo haría para poder volver a verla", dijo. Alicia tiene tres años. Su madre y su padre han conocido en primera persona lo que es un sistema colapsado: una sala de espera amontonada, un pabellón deshumanizado, "con techos tan altos como lejanos, con la luz siempre encendida, separados hombres y mujeres". Una enfermedad que afecta a organismos infectados y a una sociedad tan sin aliento como los propios pacientes. No, no era verdad, el Ifema no era el mejor de los sitios posibles (prevén recogerlo el próximo sábado).

Antes de llegar allí, estuvo en otra sala de espera, pero esta vez, habilitada para atender a enfermos. Fue en el hospital de La Princesa. "Allí subieron a mi marido. Estábamos más cerca", cuenta. Les pasaron a planta y consiguieron que una enfermera les metiera en una habitación para los dos. Allí la tristeza y las lágrimas de la convalecencia parecía que se disipaban. "Escuchábamos los aplausos de las ocho, a los vecinos, era todo distinto", dice Sonia Vázquez. "Al lado había una mujer, quizá fuera mayor, no lo sé. Un día se murió y empezamos a escuchar voces: nadie quería tocar el cadáver, estaban nerviosos", acongoja. Otro motivo más para salir de una historia de miedo, otro motivo para poder volver entera junto a Alicia, la niña de tres años que se había quedado en casa al cuidado del hermano de Vázquez. "Él vive en León, pero tenía un trabajo en Madrid. Gracias a que estaba en casa...", agradece una actriz de natural vivaz, que ahora ve grietas que salva con la voluntad que salen de los achuchones que ha podido empezar a dar a su niña: "Solo hace unos días, porque después de que me dieran de alta tuvimos que seguir confinados en casa. La médica me ha dicho que seguro que Alicia lo pasó, pero sin síntomas. No ha tenido ninguno", cuenta Vázquez, ahora, con repercusiones de la convalecencia. Los dolores no cesan.

De La Princesa la habían querido trasladar a un hotel medicalizado, "pero esas camas estaban muy cotizadas", cuenta. "Nos llevaron a Ifema, al pabellón 9, donde hacen la feria de Fitur, recalca. "Primero una tienda de campaña. ¡No dormiremos allí! Luego ese lío de camas. Lo mejor fue cuando me llegó un dibujo de un niño de 9 años. ¿Sabes? Ahora que estoy mejor voy a empezar a escribir cartas a los compañeros enfermos". Y así no habrá enfermos caminando como muertos.

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