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Crisis del coronavirus

El aislamiento pasa factura hasta en los "Alpes Tuizos"

"Se echa mucho en falta el contacto social; no somos ni más ni menos privilegiados que nadie", dice Tania Plaza, a cargo del refugio del Meicín, donde se confinó con su marido

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Confinados en el refugio de las Ubiñas

Anda Tania Plaza estos días dedicada a hacer colgantes y pendientes de cuero y cristal. Es una forma de matar las horas durante el estado de alarma. Su marido, David Matos, "Gummo", pierde la cuenta de todas las obras que ha hecho dentro de casa y ahora espera que mejore algo el tiempo para poder seguir por fuera. Puzzles, lectura, algo de televisión, videojuegos, ponerse al día en internet cuando funciona la conexión?

Son las fórmulas de este matrimonio natural de La Felguera (Langreo) para afrontar el confinamiento obligado por la crisis sanitaria. Nada original. Los suyos son entretenimientos similares a los de la inmensa mayoría si no fuera porque la pareja está aislada a 1.560 metros de altura, en la vega del Meicín (Lena). El macizo de Las Ubiñas rodea el refugio que Tania Plaza gestiona desde hace 7 años con la ayuda de Gummo. De aquí al lugar más cercano poblado, Tuiza, hay 2,5 kilómetros; la frontera con León está a poco más de uno.

"Privilegiados ellos", puede que piensen algunos que han tenido que afrontar el confinamiento entre cuatro paredes en la ciudad, muy lejos del idílico entorno de los llamados "Alpes Tuizos". Pero más allá de celebrar el aire puro y el impresionante paisaje, el matrimonio concluye: "No lo somos tanto. O ni más ni menos que el resto".

Tania y Gummo agradecen la presencia de LA NUEVA ESPAÑA durante una hora escasa en el Meicín, donde vieron a los últimos montañeros el 13 de marzo: "Iban a quedarse el fin de semana, pero se fueron por temor a no poder volver a casa". En casi dos meses su único contacto social "con los de fuera" han sido las fuerzas de seguridad (al principio hubo una intensa vigilancia a diario y hasta los agentes se presentaron con una denuncia que quedó en nada, pues el matrimonio tiene su domicilio en el refugio); una escapada por separado a Tuiza a buscar comida que les acercó Protección Civil y a gestiones administrativas; y un trabajador que inventaria estos días las cabañas de la zona.

En condiciones normales, la Vega del Meicín estaría, si no llena, con presencia casi diaria y creciente de montañeros. Y el refugio, a tope los fines de semana. "Ojalá lleguen pronto los visitantes", desean.

A más de 1.500 metros de altura y entre montañas el confinamiento es igual de duro que en plena calle Uría de Oviedo por la falta de contacto social. "Al final, la relación con la gente es necesaria, se echa mucho de menos y la rutina acaba minándote", asegura Tania Plaza. Sabe de lo que habla. Ella ya se "autoconfinó" bien joven: con 25 años se fue a vivir sola a una cabaña que queda cerca del refugio, donde pasó 20 meses. En sus diarios recoge las dificultades en el trato, el habla y la adaptación cuando la abandonaba para recados o ver a la familia.

"La cabeza es muy traicionera, se pasa mal, dan bajones como a todo el mundo. Yo duermo fatal", remata Gummo, preocupado por sus padres. mayores, una hija adolescente que no ve, una sobrina recién nacida que aún no ha conocido... "Igual, sin pretenderlo, pasamos dos meses sin verlos cuando trabajamos, pero por obligación es duro, cuesta más", narra. Tampoco alivia saber que el coronavirus anda lejos del Meicín. El matrimonio habla con respeto y temor de una enfermedad que a Gummo ya le alarmó en enero y cuyas consecuencias vio venir. Aparte de las emocionales, las económicas: el Meicín, como el resto de refugios de montaña, ha perdido los ingresos de la importante temporada de primavera y sus gestores miran con incertidumbre al verano, sin saber qué pasará. El 11 de mayo en teoría podrían abrir la terraza, con aforo reducido, pero con las restricciones de movilidad es imposible que nadie pueda llegar hasta la vega. Han echado cálculos para dejar a la mitad las plazas de dormir, cuántas comidas dar, "y por supuesto disponer de guantes, mascarillas, mucha lejía... Lo que sea necesario".

Pero todo está en el aire. Ellos son optimistas sobre que esta situación, más pronto que tarde, pasará. "Volveremos a ver por aquí montañeros, quizás con mascarilla, ellos y nosotros. Lo importante, también, es haber aprendido algo de esto", razonan.

Lo que es seguro es que ambos seguirán, con o sin estado de alarma, en el Meicín. "Yo he venido aquí para quedarme. Para vivir así he tenido desde joven que renunciar a mucho, comodidades, un trabajo estable, ver más a mi familia... Tengo claro que ese esfuerzo fue para algo", sentencia Tania Plaza.

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