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Un profesional del confinamiento

El avilesino José Ramón González, exoficial de la Armada, llegó a pasar 28 días en un sumergible: "Ahora, como en el submarino, tener la cabeza ocupada es clave", afirma

José Ramón González, a los mandos de un remolcador.

"Esto de la cuarentena es pan comido". Cuestión de perspectivas. Para el avilesino José Ramón González González, exoficial de la Armada, la reclusión domiciliaria está siendo "fácil de llevar". "Llegué a estar 28 días consecutivos bajo el mar en un submarino. Esto es mucho más sencillo", afirma este asturiano afincado en Cartagena (Murcia), que desvela la clave para sobrellevar la reclusión domiciliaria: "Mantener siempre la cabeza ocupada".

A lo largo de su extensa carrera en la Armada, González ha pasado incontables horas a bordo de submarinos. La travesía más larga fue de 28 días consecutivos, la máxima posible que permitían estas naves sin reponer víveres, para vigilar la costa africana. "A mí, como a la mayoría de la tripulación, no se me hacía difícil estar encerrado en el submarino sin salir", afirma sobre la buena predisposición de los marineros, cribados en numerosos reconocimientos médicos. "Aun así, siempre había alguno que la primera vez que participaba en el adiestramiento perdía un poco los nervios", agrega.

Una de las claves para mantener la calma cuando estás a 300 metros de profundidad sin posibilidad de ver la luz del sol es, para González, mantener la cabeza ocupada. "Es básico estar entretenido: ya pueda ser leyendo, estudiando, escuchando música... lo que sea, pero sin dar tiempo al coco a pensar en unas cosas y otras", relata sobre una vida activa que les llevaba no solo a ejecutar las obligaciones propias de sus misiones, sino también a cocinar bollos preñaos en plena madrugada o a utilizar un engrasador mecánico para hacer churros para todos los marineros.

Y es que aquí está otra de las grandes claves para González: el ambiente en la convivencia. "En el submarino todos éramos como una familia", describe sobre la relación entre el medio centenar de marineros que partían en cada expedición, y que trabajaban en dos y tres turnos. "Se comparte mucho tiempo, pues prácticamente todas sus estancias son zonas comunes. Se compartía hasta la cama: cuando uno se levantaba para dar un relevo el compañero se echaba", recuerda.

Por eso, para González este confinamiento, que pasa junto a su mujer y su suegra de 98 años en su domicilio de Cartagena, está siendo "pan comido". "En casa nadie se atreve a decirme que está agobiado por el encierro", asegura con socarronería, sobre una situación que lleva con total naturalidad. "Ahora, como cuando estábamos bajo el agua, procuro estar siempre muy entretenido. No paro", resume sobre sus días en el domicilio, mejores que en el sumergible: "Yo siempre digo que aquí, por lo menos, hay ventanas".

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