"¿Pero que son hoy los premios, oh?". La pregunta, incrédula, la lanzaba al mediodía de ayer una comerciante de la calle Gil de Jaz, al ver cómo se desplegaba la policía en torno al Hotel de la Reconquista y la incipiente llegada de curiosos a la zona. Un despiste razonable, tras una Semana de los Premios atípica, y ante un colofón descafeinado, desprovisto de la pompa habitual.

Salvo en dos enclaves de la ciudad, el de ayer en Oviedo era un viernes laborable más, no muy distinto a los otros 51 del año. El primero, ese Hotel de la Reconquista que sustituyó al teatro Campoamor como escenario del Acto Solemne de entrega de los premios. El segundo, la plaza de la Escandalera, sustituta a su vez del Reconquista como centro de las manifestaciones convocadas por sanitarios y republicanos.

Ambiente en el entorno del Reconquista. | Julián Rus

"Llevo aquí desde las tres, para ver a los Reyes. Yo creo que van a salir a saludar", comentaba, frente al hotel, Carmen Azofra, al filo de las cinco. "Como el jugador de baloncesto, sí". Ovetense, acude cada año al Reconquista y el Campoamor, para aplaudir a los Reyes y, en estas últimas ediciones, también a sus hijas. "Tenemos la Princesa más guapa de Europa; que me perdonen las otras, pero son feúchas".

Elena González y María José Quiñones flanqueaban a Carmen Azofra, en primera línea, agolpadas ante la valla azul que marcaba el perímetro de seguridad. "Es una pena que este año no se celebre en el Campoamor para ver a los Reyes y a los premiados entrar y salir del teatro, pero a ver si se asoman al menos a saludar", confiaba Elena González. De los premiados de este año, al que más ansiaban ver era a Carlos Sainz. El Deporte tiene tirón, porque de años anteriores Carmen Azofra destacaba con especial cariño cuando vio por Oviedo a "Iker Casillas y el otro". Xavi Hernández. "Ese".

Entre tanto esperar por los Reyes, el público se perdió alguna estrella invitada. A las cinco menos cinco llegó Pablo Casado, que se bajó de un coche en la esquina de Gil de Jaz con General Yagüe. Pero casi nadie se percató: aquel joven trajeado, bien peinado y con mascarilla que cruzó la calle como una centella para ingresar al hotel pasaba desapercibido entre tanto empleado de la Fundación.

La distancia de seguridad brillaba por su ausencia en los aledaños del Reconquista, como algún tuitero, entre guasón e indignado, le recordaba a Adrián Barbón en la red social. "Estoy indignada. Estando en fase 2, Sr. Barbón, qué hacía toda aquella aglomeración de gente en el Reconquista? Lo he visto en la TV. Creo que no es el momento oportuno ir a aplaudir a nadie. Opino que está haciendo mucho por los asturian@s. Saludos", escribió @YMP180413. Pero nada más abandonar Gil de Jaz, la ciudad era otra. Mismamente, en González del Valle, la paralela, las terrazas estaban vacías, y al interior apenas se animó la cosa cuando empezó la ceremonia y algunos de los que se habían reunido frente al hotel hicieron una pausa en su guardia para ver el acto por la tele.

Ambiente en la calle Gil de Jaz. | Julián Rus

En "Donde Dulce", Juan Caso y Cristina Valdés ocuparon un buen puesto frente a la pantalla para seguir con atención todo lo que pasaba en el salón Covadonga. "Estuvimos un rato en la entrada, pero no vimos a nadie. Hemos venido a tomar algo y ver la ceremonia por la tele, luego volveremos", comentaba Cristina Valdés. Como muchos otros, ellos acuden cada año al Campoamor, y la diferencia respecto a este se nota. "Es todo un poco triste".

Juan Caso y Cristina Valdés siguen la ceremonia por televisión. | Julián Rus

Un poco más abajo, en el "Chistera", era Nacho Casal el que se sentaba justo enfrente del televisor, aunque no hacía mucho caso. "La verdad es que entré a tomar unas mahous, ni me había percatado de que estaban con los premios", explicaba, mientras le pedía a la camarera, Elena Dimitrova, una más.

Elena Dimitrova atiende a Nacho Casal. | Julián Rus

La calle Uría estaba atestada de gente, dentro de lo que cabe. Los comercios seguían su ritmo habitual, un viernes más en la oficina. El paseo de los Álamos era territorio de niños y perros, de castañas y acordeones. Solo dos lecheras, aparcadas en un extremo, "extrañas como un pato en el Manzanares", indicaban que este viernes era diferente al anterior, o al que vendrá en unos días.

Ambiente en el paseo de los Álamos. | Julián Rus

El teatro Campoamor dormía la siesta, vacío y solemne como un amante agraviado. Apenas una cámara de televisión le miraba a los ojos, como si esperase la aparición del fantasma de las Navidades pasadas. No se dio.

En la vecina Escandalera, una pequeña bandera republicana plantaba cara a la rojigualda "super size" que plantó Alfredo Canteli. Era un tanto prematuro, porque a esa hora, las seis de la tarde, le tocaba el turno a otra manifestación. En la fase 2, hasta para protestar hay que pedir la vez. La nueva normalidad es la charcutería.

Los primeros fueron los sanitarios, convocados por CSI para concentrarse a favor de la sanidad pública. "El premio de la Concordia que nos han concedido es un blanqueamiento que han promovido los precursores de los recortes a la sanidad pública", clamaba Javier Santamaría. "A nadie le amarga un dulce", matizaba Ana García Carpintero, "pero lo que necesitamos no son premios, sino más medios".

Concentración de los sanitarios en la Escandalera. | Julián Rus

Esa proclama, "menos premios y más medios", fue una de las que lanzaron los sanitarios durante la concentración, que incluyó una suelta de globos. Había medio centenar, y algunos llevaban dos. Mientras tanto, los republicanos esperaban su turno en los aledaños, como si fueran cabeza de cartel de un concierto de rock. Un pipas, que transportaba un altavoz, se sumó por solidaridad a uno de los gritos de los sanitarios: "Menos banderas, y más enfermeras". Su compañero, con una chapa de la tricolor, se abstuvo.

Al poco, se trasladarían al Milán, donde comenzó una marcha de retorno a la Escandalera, con un menor seguimiento que las de años anteriores. Para las protestas republicanas, sin Reyes no hay paraíso.

Concentración en favor de la República. | Julián Rus

Esa zona de la ciudad, tradicionalmente bulliciosa el día de los Premios, languidecía con la tarde. El Oxford, un clásico del café y el pincho durante la ceremonia, estaba vacío. Nadie salvo la camarera, Avelina Iglesias, seguía el discurso de Carlos Sainz. "Otros años, diez días antes de los premios ya se notaba. Pero ahora ya ves, nada de nada. Entre el miedo de la gente a la pandemia y que la ceremonia en la otra punta de la ciudad, no ha venido nadie", lamentaba.

Avelina Iglesias, en el Oxford. | Julián Rus

Cuando Felipe VI tomó la palabra, mucha gente aún le esperaba a las puertas del Reconquista. Tamara Bucur, rumana que se trasladó el año pasado a Oviedo, seguía la ceremonia con atención por su teléfono móvil, mientras esperaba por la salida de los Reyes. "Es la primera vez que se da desde que estoy aquí, y tengo muchas ganas de ver a los Reyes. Ojalá salgan a saludar", confesaba. En otro punto de Gil de Jaz, un grupo de entusiastas desplegó una pancarta: "Monarquía es democracia".

Pancarta a favor de la monarquía frente al Reconquista. | Julián Rus

Los gaiteros se llevaron la ovación de la noche cuando abandonaron el hotel. Al verlos desplegarse en abanico, quien más y quien menos pensó que se preparaban para acompañar la salida de los Reyes. Pero simplemente tiraban para sus casas, cada uno por el camino más corto.

La tarde se convirtió en noche y el frío comenzó a apretar. La distancia de seguridad se redujo aún más. Un hombre elegante, con el peinado, la mirada y los ademanes de Javier Fernández, salió del hotel. Como Casado por la tarde, casi nadie se percató. Educado como siempre, le dio las gracias a una familia que le dejó un hueco entre las vallas y se perdió en la noche. Al pasar, seguramente no reparó en un niño, no más de cinco años, que miraba atentamente a la puerta del hotel mientras preguntaba a su padres: "¿Vendrán los Reyes?". Casi parecía cinco de enero, pero los Reyes no llegaban. Solo una noche sin apenas estrellas, la típica noche de un viernes laborable en Oviedo.