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Hoy es siempre todavía || Ben Dierckx | Artista

“Mi modo de vida errante parece glorioso, pero las noches solo en mi cuarto son incontables”

“En Gijón encuentro el equilibrio de la calidad de vida después de diez años de estancia interesante y muy exigente en Nueva York”

El artista belga Ben Dierckx, en la plaza del Parchís de Gijón. | ÁNGEL GONZÁLEZ

El artista Ben Dierckx (Amberes, Bélgica, 1971) ha vuelto a Gijón. Formado en la Real Academia de Bellas Artes de su ciudad, estudió Filosofía y Ciencia Cultural del Arte en la Universidad Libre de Bruselas y se posgraduó en el Instituto Superior de Bellas Artes de Flandes en Gante, y expuso en Gijón (Altamira) en 2009 por primera vez. Habla francés, flamenco, inglés, español y alemán.

–¿Qué tal está?

–Excelente, cuando la gente se queja del clima de Gijón les digo que vayan a Bélgica un rato. Después de 10 años en Nueva York llevo un año en España y estoy cómodo con la calidad de vida y el buen tiempo.

–¿Cómo conoció Gijón?

–En 2005 llevaba cuatro años viviendo en el centro de Madrid y me di cuenta de la entrada increíble de negocios chinos en mi barrio y no podía entender cómo sobrevivían sin vender nada. Me hice una serie de preguntas que me respondí con una obra de arte, un vídeo interactivo, posmoderno, con preguntas sobre la autoría. Lo presenté al concurso nacional “Generaciones”.

–Y le dieron el primer premio.

–Disfruté del reconocimiento y del dinero y me fui a Nueva York varios meses para absorber su clima. Hice varios regresos a España y en uno vine a ver a un vecino de Madrid que estaba en la Laboral.

–¿Cómo logró exponer?

–En una conferencia de arte de Paco Barragán en Gallery, un establecimiento que ya no existe, me encontré con la familia Suárez –Diego, Lucas y Adriana–, que tenía la galería Altamira en la calle Merced. Me propusieron exponer en Gijón, lo que hice en 2009. En 2012 regresé para otra exposición en la ATM Contemporary, nueva galería de Diego Suárez en Deva. He vivido varios trimestres aquí.

–¿A qué se debe su espíritu errante?

–No tengo respuesta. Mi naturaleza es inquieta: busco por buscar. He tenido que asumir que soy así. En el arte me pasa igual. Descubro un concepto o técnica y una vez lo consigo, cambio.

–¿En su familia facilitaron que fuera artista?

–Es contradictorio. Mi padre era cantante y mi madre diseñadora de moda y mi abuelo era escultor. Tengo una hermana más pequeña pero no es artista. Cuando dije que iba a estudiar Escultura me dijeron que no podía, no reconocían el componente artístico en sí mismo. Eran artistas en el alma, pero...

–No sé qué quiere decir eso.

–Mi abuelo era escultor de profesión, pero murió muy joven. Mi padre era cantante, pero no vivía de la música sino del funcionariado. Mi madre era diseñadora de moda, pero se ganaba la vida empleada en una empresa de moda. Nunca ejercieron su capacidad autónoma y creo que tenían miedo a que fuera escultor porque no da seguridad económica. Aun así, lo hice.

–¿Ha vivido de su obra?

–He tenido que trabajar en muchas cosas no artísticas, en carpintería, en fotografía. Si puedes hacer una escultura, puedes hacer un mueble. He sido profesor de arte.

–Estudió Escultura Clásica en Amberes y Fotografía y Filosofía en Bruselas.

–La escultura no es práctica para la itinerancia y, además, me adherí a los conceptos posmodernistas de Gilles Deleuze: me parecía buena idea no construir objetos físicos. Hice obra de foto y vídeo y videoperformance en el encuentro de la gente con la obra en Madrid, Bruselas y Nueva York, pero no daba mucho dinero y di un paso atrás, volví a producir pintura y escultura, que se puede vender y comprar y llevar. En Nueva York me di cuenta de que había logrado mi experiencia de vivir como artista en una metrópoli en la que se hablan 150 idiomas.

–¿Aún sigue a Deleuze?

–Lo veo con distancia crítica. Llevar el extremo unas ideas tiene desventajas. Se aprende a las duras que la vida es un equilibrio y yo fui muy allá. Mi trabajo ahora es una crítica de ese extremo. Trato de historias personales o que leo en los periódicos y me afectan.

–También lleva una vida de no construir y no echar raíces.

–Es cuestión de edad. Tengo 49 años y mis prioridades no son las de los 35. La vida me hizo entender que ese extremismo era interesante y, quizá, necesario, pero persistir no tenía sentido. La vida en Nueva York es muy exigente, dura y solitaria y debía restaurar el equilibrio entre lo interesante y la calidad de vida.

–¿Y eso se llama Gijón?

–Se llama España, porque estoy también en Madrid y Málaga.

–¿Por qué España?

–Conocí el país por casualidad. De 2000 a 2001 hice mi posgrado en una residencia internacional de artistas en Gante y entre mis amigos había dos de Barcelona. Vine con ellos y me quedé medio año. Luego fui a Madrid y me quedé cinco años. A partir del primer año en España me enamoré de Madrid, tan diferente de la vida gris en Bélgica, que tiene mucha vida cultural pero su clima me deprime y eso es físico. La gente está descontenta.

–¿Qué vida hace en Gijón?

–A lo largo de los años he hecho amigos, un paseo por el Muro, trabajo con Diego Suárez en la gestión de la galería, tengo un espacio pequeño para pintar y pinto y vendo y vivo de eso modestamente y eso comparado con Bushwick, el barrio de artistas de Nueva York, es un sueño hecho realidad. Los menores inputs culturales se compensan con las redes electrónicas. La vida básica en España es insuperable en toda Europa. No la hay en Alemania, Italia, Portugal.

En dos semanas marcha a Málaga para atender un encargo que le llevará dos meses y luego regresa porque expondrá en Gijón en mayo. Está haciendo una pintura simbólico-abstracta.

–Saco una historia de la impresión particular que me ha dejado un amigo o de la noticia de policías que han matado a un chico en EE UU y reconstruyo un tipo de memoria que divido en 8 componentes. Cada uno será un trazo en el lienzo. El 8 me salió después de experimentos con otros números y funciona porque hay un equilibrio, cuenta lo suficiente y deja espacio para lo que pueda surgir después. Cada mañana hago uno de esos 8 trazos, que diseño en digital y está compuesto y bien pensado. Cada trazo me puede llevar dos horas. Nunca hago más de dos por día.

–¿Su vida le ha permitido tener relaciones estables?

–Ese es un problema. Cuando la gente se entera de mi modo de vida les parece glorioso, pero tiene un precio: cambio de ciudad, pero las noches que estoy solo en mi cuarto son incontables. Llevo vida de soltero durante muchos años.

–¿Ninguna relación le tentó a echar raíces?

–Tuve una en Nueva York durante varios años, pero en España, de momento, no. Siento que todavía no he aterrizado. En este año he estado en Madrid, Valencia, Gijón, Portugal, ahora Málaga. Deseo encontrar, más pronto que tarde, un espacio estable donde trabajar.

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