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La historia de amor, celos y pasión detrás de la Reconquista que emprendió Pelayo en Covadonga

El rey astur inició la batallamovido por el ansia de vengarse de los moros que le quitaron a su amada Egilona, sostiene la periodista Marta Robles

Recreación de la batalla de Covadonga.

De todo se ha dicho sobre la mítica batalla de Covadonga, de la que en menos de un año los asturianos conmemorarán su 1.300.º aniversario, una cita histórica y cultural que ya preparan conjuntamente el Principado y el patronato del real sitio.

Estatua de Pelayo.

Estatua de Pelayo. LNE

Se la considera el inicio de la Reconquista de la Península Ibérica tras la invasión, en el año 711, del reino visigodo por los omeyas. Ahora bien, si lo que encabezó Pelayo en el 722 fue una gran batalla digna de un rey o una simple escaramuza de pastores, genera debate. Por haber, los hay que sostienen que lo de Covadonga ni siquiera sucedió. Pero lo que nunca se ha dicho, o se ha recalcado poco, es que detrás de este acontecimiento, así como de la invasión musulmana de la Península , hay líos de faldas y toda una historia de pasión, celos y amor. Tal cual.

Esta última versión es la de la periodista Marta Robles (Madrid, 1963) y figura en su nuevo libro, “Pasiones carnales. Los amores de los reyes que cambiaron la historia de España” (Espasa). “Sobre lo que aconteció en ese convulso siglo VIII hay unos cuantos apuntes repletos de dudas que, en lo que se refiere al sexo y al amor, son pura tragedia. Sobre todo, porque si se atiende a la leyenda...”, introduce Robles en una obra con la que da un repaso a los secretos de alcoba de unos cuantos monarcas.

Dibujo de Egilona

El amor, los celos y el ansia de venganza pudieron ser el motor de Pelayo para, desde el corazón de los Picos de Europa, emprender la reconquista de un territorio que las tropas lideradas por el bereber Tarik habían arrebatado a las del rey Rodrigo en la batalla de Guadalete. Una invasión que habría estado favorecida por las nefastas consecuencias de los líos de faldas del incontenible monarca, que, pese a estar casado con la “bella Egilona” –de la que estaba enamorado Pelayo–, tomaba a cuantas mujeres le apetecía. Y resulta que al llevar a su lecho por la fuerza a la doncella Florinda enfadó mucho a su padre, don Julián, hasta entonces leal caballero a un rey que lo había humillado. El honor de su hija fue vengado en plena contienda a orillas del río Guadalete: las tropas de don Julián y otros enemigos de Rodrigo se rebelaron contra este en vez de apoyarlo en la lucha con los omeyas. El cuerpo del monarca nunca se encontró.

Marta Robles.

Al norte de la Península, Pelayo abrigó esperanzas de poder reunirse con Egilona, ahora viuda, y “liberar a su amor de juventud jamás olvidado”. Así pues, se iría al Sur, atacaría al ejército moro y lo exterminaría, para después reponer en el trono a la reina viuda Egilona y casarse con ella.

Nuevo desengaño

Su gozo, en un pozo. Esta era ahora Ommalissan, pues Abd al-Aziz Ibn Musa se había casado con ella. Relata Marta Robles que el enfado de Pelayo fue monumental. Porque era la segunda vez que le arrebatan a su amada. “Decidió que, si no podía ser rey por matrimonio, lo sería por sus méritos”. Los celos y el resentimiento debieron de hacer el resto, pues el asturiano volvió al Norte, reunió a sus partidarios y ya se sabe la que armó.

“¿El arrebato de uno (Rodrigo) abrió las puertas a los musulmanes, y el amor imposible de otro (Pelayo) llevó a querer echarlos de España?”, se pregunta la autora de “Pasiones carnales”. Y reflexiona: “¡Ay, la carne y el corazón! Nada mueve más al ser humano, sea rey o mendigo”. Pero va a ser que hubo un rey que no sucumbió a esas “pasiones carnales”. También fue asturiano y también del siglo de Pelayo. No es otro que Alfonso II, al que el apodo de “el Casto” ya define. ¿Por qué pasó a la historia como uno de los escasos monarcas que no tuvieron mujer ni descendencia por decisión propia?

Toca leer para saberlo el libro de Marta Robles, cerca de 400 páginas en las que los secretos de alcoba de reyes y reinas quedan al descubierto. Habrá quien sostenga que ya son ganas de cotilleos o simplezas. Pero, como dijo Oscar Wilde (y así lo recoge la autora al comienzo del libro), “todo en la vida trata sobre el sexo, excepto el sexo, que trata de poder”.

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