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Tomás Sordo, el asturiano que creó un emporio en América

El historiador colombiano Gutiérrez Ardila ofrece hoy en el RIDEA las claves de una gran compañía comercial en el siglo XVIII

Daniel Gutiérrez Ardila, ayer en Oviedo. | Irma Collín

–Sobre Tomás Sordo sabemos que nació en San Vicente de Panes, en el valle de Peñamellera, en 1773. Se sabe también que a los 14 años pasó a Cádiz, a casa de un tío suyo, que lo remitió al Nuevo Reino de Granada y lo recomendó a un importante y acaudalado comerciante peninsular afincado en Santa Fe de Bogotá. Así comenzó su carrera.

La vida del asturiano Tomás Sordo daría para un novelón o una película: sueños, ambiciones, aventura, política, pasiones, revolución... Es uno de los grandes protagonistas del libro “La compañía de Barrio y Sordo. Negocios y política en el Nuevo Reino de Granada y Venezuela, 1796-1820” que hoy presentará Daniel Gutiérrez Ardila, docente investigador de la Universidad Externado de Colombia, en el Real Instituto de Estudios Asturianos a las 19.00 horas. El autor de la obra, coescrita con James Torres, participará mañana y pasado en el XIII Coloquio del Grupo Iberoamericano de Estudios Empresariales e Historia Económica, que se celebrará en Gijón: “El principal objetivo del encuentro es permitir a colegas de América y España intercambiar experiencias y auspiciar discusiones a propósito de aquellos tópicos”, explica.

La compañía Barrio y Sordo fue fundada en el Nuevo Reino de Granada (actuales Colombia, Ecuador y Panamá) en 1796 por el burgalés Juan Barrio y el asturiano Tomás Sordo: “A punta de trabajo duro y habilidades sociales y políticas”, explica Gutiérrez Ardila a LA NUEVA ESPAÑA, “ambos peninsulares consiguieron que la suya se transformara en una de las empresas comerciales más importantes de aquel virreinato. Como el Archivo General de la Nación de Colombia resguarda más de 600 cartas intercambiadas por los fundadores de la Compañía con sus aliados y distribuidores, he podido escribir junto con el profesor James Torres un libro que recrea la historia desconocida de aquellos hombres, desde sus humildes orígenes hasta su enriquecimiento en un dominio ultramarino de la monarquía española. La política hace aún más interesante esta historia, puesto que a partir de 1810, Barrio y Sordo se convirtieron en acérrimos defensores de la monarquía y el imperio español”.

Hablemos de Tomás Sordo: “Curiosamente”, reflexiona Ardila, “fue la revolución de independencia la que le permitió regresar a España en 1813, tras 25 años de ausencia. Los dueños de la Compañía habían optado por abandonar el Nuevo Reino e instalarse en Venezuela por coherencia con sus opiniones políticas, que eran decididamente realistas. Eso supuso una reorientación del negocio: Sordo se dedicó a viajar entonces por las Antillas y a hacer negocios directamente con Europa. Por eso se reencontró con sus padres en Santander. Nunca pensó que los volvería a ver, pero la política, que le causó tantos sinsabores, le brindó también esa oportunidad”.

Era “incorregiblemente hiperactivo”. ¿Un aventurero? “Efectivamente. La correspondencia de la Compañía nos muestra un hombre muy acostumbrado a las privaciones, muy frugal, acostumbrado a viajar sin pausa por los caminos y ríos del Nuevo Reino. Poco a poco fue extendiendo sus correrías hasta Maracaibo y luego por mar a Puerto Rico, Nueva España (México) y Europa”.

El matrimonio que contrajo con María de la Trinidad García Salgar resultó, según el autor, “un paso muy importante en la carrera de Sordo, porque la novia era hija de un vecino destacado de Bucaramanga, peninsular como él. Entrar a aquella familia significó afincarse en esa zona del Nuevo Reino, aprovechar una parentela y unos vínculos sociales y de negocios establecidos de manera previa. En el caso concreto de la compañía, significaba llanamente acceder a las ropas de algodón y el cacao, productos que se expendían con provecho en Antioquia para obtener oro a cambio”.

Muy diferentes

Barrio y Sordo eran muy diferentes: “La Compañía funcionaba como un compás: Barrio era el brazo fijo y Sordo, el brazo móvil. Barrio era bueno en el trabajo de oficina y la atención esmerada a los clientes; Sordo se sentía a gusto viajando de un lado al otro. Barrio no tuvo hijos, aunque crió con esmero a su entenado; Sordo procreó solo mujeres. Barrio era buen esposo, Sordo, golpeaba a su mujer y confió sus hijas a sus parientes o a su socio para poderse enfocar en sus correrías…” Y le gustaba el riesgo, “esa es otra diferencia con Barrio, que era mucho más conservador. Sordo anduvo siempre buscando nuevos negocios y nuevas rutas comerciales. Mientras que el socio sedentario atajaba, Sordo pugnaba por diversificar y acometer nuevos proyectos”.

“El Caimán”

Llegó a tener su propio bergantín, “El Caimán”. No por casualidad: “El Cocodrilus acutus es una animal característico del Nuevo Reino y, particularmente, del río Magdalena, por el que durante tantos años traficó Sordo. Las narraciones de los viajeros que transitaron por Nueva Granada-Colombia durante el siglo XIX hablan de la gran abundancia de ese reptil: para espantar el tedio, se les solía disparar desde las embarcaciones durante la travesía aguas arriba o aguas abajo. El nombre también es significativo en el contexto de las guerras de independencia, pues alude a un animal peligroso, precisamente cuando pululaban las embarcaciones corsarias en el Caribe”.

Dos mercaderes que hicieron fortuna en medio de una tempestad comercial... “Ni Juan Barrio ni Tomás Sordo tenían estudios. Llegaron jóvenes a América y comenzaron su carrera como dependientes de otros comerciantes peninsulares, instalados, respectivamente, en Cartagena y Santa Fe de Bogotá. Un paso clave en la vida de ambos fue el matrimonio, que les dio acceso a un capital social importante. La creación de la Compañía fue un acierto, porque les permitió combinar recursos y aptitudes complementarias. Mientras el uno era sedentario y muy bueno con el trabajo de escritorio, el otro se dedicó a viajar de un lado para otro con el fin de asegurar el abasto de mercancías”.

Oro y textiles

El portafolio de la Compañía “tenía dos pilares: el oro y los textiles. El primero lo adquirían los socios en la provincia de Antioquia, que vivía desde finales del siglo XVIII una bonanza minera y que fue desde el comienzo el epicentro de los negocios de la firma. Para conseguirlo, Barrio y Sordo llevaban a ella telas y ropas importadas o ‘de la tierra’, es decir, producidas en los telares de otras provincias neogranadinas (Tunja y Socorro). Barrio y Sordo compraban también otros productos destinados a la exportación como las quinas (un febrífugo empleado para combatir el paludismo) o el algodón, que era buscado para alimentar las fábricas catalanas o inglesas. Así mismo, importaban al Nuevo Reino papel, acero, vinos y comestibles europeos”. La Compañía “no tuvo empacho en recurrir al contrabando, que era una actividad arriesgada y que implicaba una relación privilegiada con autoridades pequeñas y grandes con cuya ayuda se podía superar un tropiezo en caso dado…”

El final

La correspondencia de Barrio y Sordo indica, según Ardila, “que las compañías de alguna importancia afincadas en la capital virreinal se comportaban al mismo tiempo como oficinas de tráfico de influencias. Los clientes confiaban en que sus negocios podían ser atendidos en Santa Fe por Barrio, que ‘agitaba expedientes’ y repartía ‘gratificaciones’ entre jueces y funcionarios”.

El final de la Compañía estuvo marcado por el exilio a Venezuela, “el sorprendente y exitoso replanteamiento de los negocios y la adhesión furibunda al partido realista. Cuando en 1815-1816 Pablo Morillo aniquiló la revolución en el Nuevo Reino, Barrio retornó a Santa Fe, creyendo que todo volvería a ser como antes. Tres años después, Bolívar comandó exitosamente las tropas independentistas en la campaña de 1819: el poder real se desplomó en el norte de Suramérica y los realistas más comprometidos debieron huir con el virrey y los oidores para evitar represalias. El entenado de Barrio iba entre los fugitivos y falleció como consecuencia de la emigración. La viuda aparece en documentos de archivo dos años más tarde como ‘pobre de solemnidad’”.

Sordo, concluye Gutiérrez Ardila, se dedicó a viajar por el Caribe y Europa, “donde adquiría bienes que enviaba a su socio, afincado en Maracaibo. Sabemos que falleció en ese puerto justo antes del desplome del poder español. Los socios de la Compañía en el puerto salieron huyendo, en modo muy semejante a lo sucedido en 1819 en el Nuevo Reino… Sus hijas regresaron a Nueva Granada. Una de ellas se casó con un aventurero polaco incorporado en el ejercito independentista”.

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