Crítica / Música

Barroco circunspecto

El grupo instrumental "Café Zimmermann" demostró pureza de afinación en todo momento, entendimiento y sobriedad sonora

El nombre del grupo instrumental que nos visitó hace referencia al café de la señorial calle de Leipzig donde se estrenaron cantatas profanas y obras instrumentales de J. S. Bach, y que fue sede, también, del célebre Collegium Musicum de Georg Philipp Telemann. Bien merece el nombre de un conjunto barroco el señor Zimmermann, que no cobró por semejante lujo un plus a sus clientes. Café Zimmermann, el grupo, nos adentró en un repertorio para las grandes salas de conciertos periférico, pero no ignoto para el músico y el aficionado, con obras muy del gusto de la época del primer maestro de capilla no italiano de la Corte imperial vienesa, J. H. Schmelzer, que incluyen referencias programáticas y descriptivas, como su célebre ballet suite "Die Fechtschule" -"La academia de esgrima"-, y también de un repertorio más íntimo del mismo autor ejemplificado en el hermoso "Lamento sopra la morte di Ferdinand III", además de la "Serenata con altre arie, a cinque". También obras del libre e imaginativo "stylus phantasticus" en boga en el barroco temprano, que aquí tuvo su representación con la "Toccata II en Re menor", FbWV 102, interpretada a solo por el órgano, y el "Ricercar I en Do mayor", FbWV 401, ambas del discípulo alemán de Frescobaldi, Johann Jakob Froberger. Completaron intercaladas el concierto cuatro sonatas del sucesor violinístico de Schmelzer, Heinrich Ignaz Biber -Heinrich Ignaz Franz Biber, o von Biber, nombrado caballero como Biber von Bibern-.

Pureza de afinación en todo momento -paradigmática después de corregir ésta tras la primera sonata de Biber-, entendimiento y sobriedad sonora de un grupo instrumental compuesto de violín I, violín II, violas I y II, violonchelo, contrabajo, arciliuto -no tiorba como aparece en el programa, liuto attiorbato se ha denominado también- y órgano, acoplado a la perfección en un repertorio que mereció toda la atención por su elegante forma y creatividad reflejo de una época. En él "Café Zimmermann" se creció en delicadeza y homogeneidad plástica. Como bis ofrecieron al final del concierto sin descanso, la ciaccona de la sonata nº 9 de Biber, tras la última y más brillante obra del programa, la Sonata nº 11 en La mayor C 124, "Sonatae tam aris quam aulis servientes", del mismo compositor. Quizás faltó -en este y en otros concierto del ciclo- la representación del virtuosismo del Barroco a más grande escala, me refiero que lo interpretado, aquí exquisitamente sí, no refleja todo el virtuosismo violinístico, por ejemplo, de un Biber, del que podría haberse incluido sus célebres Rosenkranzsonaten -Sonatas del Rosario-, o alguna impactante battalia, para mayor contraste programático.

La viola no se movió, literalmente, de la primera posición en la hora y cuarto de música -bueno, lo hizo en una ocasión a la segunda en el última obra-, lo mismo que los violines, que el noventa por ciento de las notas tocadas lo hicieron en primera posición pasando, cuando lo requiere, a tercera y, solamente en la última obra se atisbó subir a una cuarta posición en el bastidor, con una repertorio más bien sosegado.

Quiero con esto decir que no es un repertorio con obras técnicamente complicadas, y no quiere esto decir que las obras que no alcancen gran dificultad técnica sean de fácil ejecución o no exijan una interpretación magistral, pero la música del Barroco más solísticamente virtuosa tiene menos espacio. Biondi, que ha venido este año al Auditorio, lo hizo como violín principal pero no como violín solista. El clave está presente dentro del ciclo generalmente como parte del bajo continuo, ¿algún clavecinista que haga la Variaciones Goldberg? Y así con otra parte del repertorio instrumental de más altos vuelos para reflejar, también, el brillante potencial que alcanzó la técnica instrumental en prestación estética en el Barroco, la inversión del vínculo entre medios y fines en la relación entre el instrumento y la música que interpreta, en palabras de Bernard Sève, para que los instrumentos se escuchen por sí mismos. En el concierto de "Café Zimmermann" escuchado predominó, amable, la circunspección.

Compartir el artículo

stats