Madrid, Módem Press

«Aquello no es un infierno, es todavía peor». Entre sollozos y lágrimas contenidas que trataba de disimular con su perenne sonrisa, llegaba el padre Ángel García a Barajas, tras haber realizado un viaje de apenas 48 horas a Haití para llevar diez toneladas de ayuda «al escenario de la mayor catástrofe del siglo XXI».

A este sacerdote asturiano, presidente de Mensajeros de la Paz, no le suelen faltar las palabras, pero ayer la voz se le quebró en más de una ocasión y los sollozos interrumpieron su discurso. «He visto a muchos niños y ancianos muertos. No podemos describirlo. Cuando uno pretende describirlo, lo único que se le ocurre es llorar y rezar, pero también ayudar», aseguró.

«Falta mucho por hacer, pero hemos visto la solidaridad internacional. Cuando ves que un niño de 4 años se te muere en los brazos, no se puede superar. La colaboración de los gobiernos, las ONG y las personas que estamos allí es lo positivo, pero es muy difícil hablar de esto porque se te llenan los ojos de lágrimas», dijo.

«Hemos repartido con nuestras manos tres camiones de agua y alimentos; todo lo que pudimos llevar con nosotros. Se nos acabó todo en menos de diez minutos. Toda ayuda es poca», añadió el cura. Y si el drama de contemplar tanta desgracia y miseria es mucho, éste se multiplica cuando los afectados son niños. «Los niños, al darles de alta, se quedan deambulando por la calles. Queremos llevarlos a una casa de acogida para que tengan donde dormir. La situación es tan extrema que hay que hacer cosas aunque no sean legales», afirmó. Es la mayor tragedia a la que se ha enfrentado. «Nunca he estado tan emocionado. No sé si he visto el infierno. Hay algunos agoreros que dicen que esto es un castigo de Dios, pero no es verdad. Aquello no es un infierno, es todavía peor. Hemos visto todo destruido: desde el palacio a la Catedral, pero sobre todo casas. Siguen rebuscando entre los escombros. Cada haitiano tiene un familiar o un amigo muerto», aseguró.