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La ruta hasta el suicidio

José Ignacio Bilbao detuvo el coche en el viaducto de la Concha de Artedo de la autovía y se estampó contra el puente de la vieja carretera de la costa

Sangre en el asfalto, en la vieja carretera de la costa. RICARDO SOLÍS

José Ignacio Bilbao Aizpurúa, después de matar a sus pequeñas Amets y Sara el jueves pasado, se lanzó al vacío desde el viaducto de La Concha de Artedo y murió. El asesino de la avenida de Los Quebrantos se fracturó la cabeza y se destrozó las piernas cuando dio contra el quitamiedos y rebotó terminando su último viaje en la calzada de la vieja carretera nacional, a unos pocos metros del inicio del antiguo puente hace años inutilizado para el tráfico, entre dos bosques de eucaliptos, balcón perfecto a una de las playas más celebradas del Principado. Bilbao no fue el primer suicida en quitarse la vida en esta zona, pero sí fue el primero que lo hizo después de cometer un crimen tan brutal como el que protagonizó en su casa de San Juan de la Arena. "Me llamaron de Cudillero, me contaron que alguien se había vuelto a tirar desde el viaducto. Pensé qué penurias podía estar pasando esa persona. Sentí lástima. Cuando supe que había sido 'El Vasco'...", se indignaba ayer una vecina de la pequeña localidad.

La ruta que tomó el asesino de Los Quebrantos supera los quince kilómetros. José Ignacio Bilbao tenía un Citroën Xantia. Pasadas las seis y media de la tarde había aparcado en lo alto del viaducto. Tenía los intermitentes puestos. Y se lanzó al vacío. El viaducto de Artedo es el más alto de Asturias (110 metros), pero Bilbao se quedó a mitad de camino, a unos pasos del arranque del viejo puente de la carretera.

La Guardia Civil recibió el aviso de un conductor: un coche abandonado en mitad de un viaducto, en plena Autovía del Cantábrico. Bilbao condujo los metros suficientes para estar pendiente del aire. "Durante toda la tarde de ayer [por el jueves] no dejamos de ver gente y más gente en la vieja carretera", comentaban vecinos de la localidad. La carretera hace tiempo inservible fue escenario de muerte y esas huellas quedaban ayer después de retirar el cadáver.

El suicidio de José Ignacio Bilbao supone el final de una historia terrible: la de las cortas vidas de sus dos hijos. Y, a la vez, da inicio a otra: ¿Por qué? Sus vecinos sólo recordaban a las niñas que jugaban en el pequeño parque de la urbanización El Carrizal, a pocos metros de la playa de La Arena. Las pequeñas que iban al colegio de Soto del Barco. Un lugar al que ya nunca acudirán porque cayeron a manos de un hombre que acabó con sus vidas y, después de abandonar los cuerpos en el salón de su casa, condujo hasta Artedo para saltar al vacío. La única huella que queda ya de Bilbao es la sangre en la calzada.

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