Puede ser el último sacrificio de una madre abnegada, dispuesta a cargar con un crimen atroz en defensa de su hija. La estrategia de Montserrat González en el juicio por el asesinato de Isabel Carrasco -que mañana se reanuda con la declaración de los inspectores de Burgos que escucharon la confesión de la madre- aparece clara como el cristal.

Montserrat sostiene que fue ella quien decidió matar a Carrasco, por el daño que estaba haciendo a su hija, al cortarle toda posibilidad de medrar en el PP o conseguir un trabajo. Para reforzar la supuesta maldad de la víctima, se sacaron de la manga un presunto acoso sexual. Triana había escuchado a su madre hablar de matar a Carrasco, por eso, el día del crimen, cuando la joven dice haber recibido una llamada de su madre indicando que iba a terminar de una vez por todas con la fuente de sus males, fue a su encuentro para impedir algo irreparable.

Siguiendo la versión de Triana, cuando se encontró con su madre, aún sin saber que había matado a Carrasco, se imaginó lo peor y recogió el bolso que había tirado en un garaje, en el que estaba el arma asesina, y lo metió luego en el coche de su amiga, la agente local Raquel Gago, a la que, de paso, exoneró indicando que era desconocedora de lo ocurrido.

La estrategia para salvar a Triana no contaba con el testimonio del policía jubilado Pedro Mielgo, que negó la versión de que la madre hubiese tirado el bolso en un garaje. De ahí la saña de las defensas contra este testigo, al que han llegado a acusar de falso testimonio, buscando anular su declaración, por no reconocerse en la grabación de una llamada de auxilio del día de los hechos. Pero hay otra testigo que echa por tierra la supuesta inocencia de Triana, la inspectora de la UDEV que investigó el crimen y que, según declaró, escuchó a la joven decirle a su madre que la pistola la tenía una policía.