Aquella casa era una cámara de tortura para gatos. Rubén V. G., un camarero de Oviedo, compareció ante el Juzgado de lo penal número 3 por matar a un gatín de 3 meses y maltratar a otra gata hasta hacerla vomitar sangre. "Decía que estaba hasta las narices del gato, que un día le iba a dar una patada", aseguró una testigo. "No los toqué", juró y perjuró el acusado ante la magistrada María Paz González-Tascón. "Delante de mí se portaba, los acariciaba", aseguró el dueño de los mininos, con una minusvalía del 67 por ciento.

El acusado adujo en la vista que la denuncia había sido para echarle del piso. El dueño de los gatos aseguró que, cuando murió el primero, el acusado le dijo que se había caído de la cama y se había "desnucado". "No le creí. Eso no le pasa a los gatos", dijo. En el segundo caso, encontraron a la gata, una siamesa, escondida tras un armario, echando sangre por la boca. Una gata cariñosa que buscaba el contacto humano se había convertido con el tiempo en una animal asustadizo, que se escondía cuando el camarero aparecía por la puerta. "Había manchas de sangre en la cama y la pared, como si la hubiesen tirado contra ella", dijo el dueño. La fiscal mantuvo los 15 meses de prisión que solicitaba. La defensa, a cargo de Mateo Lasa, negó que hubiese pruebas de los hechos y llegó a sugerir que fue el propio dueño quien maltrató a los gatos.

Además, el mismo Juzgado ovetense condenó ayer a Jorge José L. H., defendido por José Ramón Nistal, a seis meses de cárcel por dejar morir de hambre a una perra en una finca de Llanera.