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Desde Rusia con amor

El fin del tiqui-taca y el nuevo estilo en el actual Mundial

Fue muy celebrada aquella forma de jugar al fútbol que puso de moda la selección de España cuando ganó la Eurocopa de 2008 y el Mundial que se celebró en Sudáfrica en 2010. Fue conocida como el tiqui-taca, que consistía en aprovechar y poner en práctica la habilidad técnica de los futbolistas españoles con el dominio del balón y la sucesión de pases medidos entre ellos, lo que les brindaba una gran superioridad frente a sus rivales, más toscos en el manejo de la pelota.

Aquello fue una adaptación a la española de las habilidades que, años antes, habían demostrado las selecciones sudamericanas y, sobre manera, la brasileña, que parecía que calzaba guantes en lugar de botas y se movía a ritmo de samba. Con ocasión de aquellos triunfos futbolísticos se rompieron todos los tabúes y renació el orgullo patrio, con aquello tan ordinario del "a por ellos, oé".

Con parecida forma de jugar la selección española consiguió un billete para la fase final del Mundial de Rusia, cuyo clima continental hace que los nevados y gélidos inviernos se transformen en verano en sofocantes calores y enjambres de mosquitos. Pero, a las primeras de cambio, nos han mandado de vuelta a casa a disfrutar del secarral castellano o, en su caso, de las brisas mediterráneas llenas de medusas.

El de la selección nacional no ha sido el único desaguisado. Al propio tiempo se han tenido que marchar los alemanes, y eso que siempre se dijo que el fútbol es un deporte en que juegan once contra once y que siempre gana Alemania. Pero es que la misma suerte han corrido todos los equipos sudamericanos, incluida la mano de Dios argentina y los morenos de las favelas brasileñas. Alguna de las selecciones siempre favoritas, como Italia, ni siquiera llegó a pisar suelo ruso y todas las demás han caído más pronto que tarde. De entre estas sólo permanece el gallo de Francia, lo que es un decir, porque lo que se dice franceses en ella hay bien pocos, que por los tres o cuatro blancos que la integran, uno tiene apellido alemán, como Griezmann, y otro lo tiene español, como Hernández. Los demás son todos moros y salvajes de las colonias.

Está claro que el preciosismo del tiqui-taca ha sido enterrado en este Mundial. El fútbol ha vuelto a sus orígenes, cuando aún no estaban nítidas las fronteras entre este deporte y el rugby. Han encontrado la forma de hacer frente a la historia interminable del pase para aquí, pase para allá. Consiste en hacer un valladar infranqueable de individuos en la defensa, que se mueven constantemente para hacer frente al contrario que lleve el balón, rodeándole dos o tres de ellos para obligarle a echarlo hacia atrás. En un momento determinado en que consiguen robarle la pelota o cuando tienen que sacar de fuera de juego, de falta o de portería, dan una patada a seguir lo más lejos posible para que algún delantero la coja tras una carrera vertiginosa y, si puede, tire a gol. No es fácil esta hazaña de correcaminos, por lo que lo más corriente es que los goles, en este tipo de juego, se metan de cabeza tras sacar un córner o una falta cerca del área contraria, esperando que salte más el gigante propio que los aguerridos defensas contrarios. Centro, cabecina y gol.

Hay equipos de blanquitos que se amañan bien en estas lides, porque son fornidos, disciplinados y sufridores, que llegan al final del partido con el bazo en la boca. Pero es mucho más efectivo contar con unos cuantos sarracenos y algunos cafres, especialmente si da terror mirarlos, pensando que puedan ser los que nos metan en la olla con las verduras para la merienda. España no tiene ni uno de estos y así nos fue. Para el futuro podría remediarse esta carencia con los emigrantes que nos llegan. Se les pone a jugar y seguro que, adecuadamente alimentados, más de uno valdrá.

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