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Illán García

Crítica / Teatro

Illán García

Enamorado de la vida aunque duela

Canta Kiko Veneno: "Enamorado de la vida aunque a veces duela". Ese verso podría resumir las andanzas de Miguel de Molina, un artista de los pies a la cabeza que siempre buscó la belleza. Lo hizo con la copla que tanto amó y con cada uno de sus movimientos artísticos y no artísticos. Sabía moverse dentro del escenario y fuera. Peleó lo indecible por una cuestión tan sencilla como el respeto hacia su homosexualidad y sus valores de izquierdas, republicanos, que le llevaron a sufrir torturas de los dueños de la sinrazón, los censores como Serraño Suñer y un gallego de Ferrol que se levantó un 18 de julio contra el progreso y la cultura. Miguel de Molina siempre alzó la voz pese a que en el escenario fume cigarros electrónicos, algo que para un hombre de su época resulte cuanto menos chocante.

Ángel Ruiz es actor, lo borda, lo demostró el sábado en el Niemeyer y con aplausos. Se mete en el papel de Miguel de Molina y canta por aquellos "Ojos verdes" de Rafael de León, y por "La bien pagá" incluso en inglés. Yes, in English, too. Y por momentos se transporta en el espacio-tiempo a los años ochenta para interpretar aquel tema que decía algo así como "A quien le importa lo que yo haga, a quien le importa lo que yo diga". En aquellos años, al franquismo sí le importaba y quien se saliera del guión le tocaba cárcel, cuneta o exilio. A Miguel de Molina le tocó lo último y celebró, en la piel de Ángel Ruiz, el hecho de no pasar por un enterramiento desconocido como le ocurrió a su amigo Lorca. Sufrió calabozo y cárcel y en cuanto salió huyó por piernas a Argentina, luego a México y definitivamente a Argentina, donde falleció hace ahora 25 años. Su cuerpo descansa en el cementerio de La Chacarita, en Buenos Aires, y Ángel Ruiz animó a visitarlo metido todavía en la piel de Miguel de Molina. Descansa en un camposanto, como debería pasar con Lorca y miles de cadáveres que hoy siguen en las cunetas. La memoria es vida y duele.

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