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El paso del trapero

Aprender a marcharse

Sobre el concepto de arte tras leer a Iván de la Nuez

Después de leer "La teoría de la retaguardia. Cómo sobrevivir al Arte Contemporáneo (y a casi todo lo demás)" de Iván de la Nuez, una pequeña joya de 125 páginas editado por Consonni, resulta difícil no compartir esos rastros de arte que arrastran a la política, a la iconografía o a la literatura, en esta lúcida reflexión con el malestar que brota de la precariedad recorriendo cada página. Del "ready-made" de Duchamp conectado a las vanguardias y a la revolución a sus actuales seguidores exponiendo mendigos rumanos en un museo de Malmö o judíos en una vitrina en el Museo Judío de Berlín, hay un abismo, desde lo que se entendió como una revuelta a este "presente adjetivado en que cualquier cosa es susceptible de convertirse en artística". Ante este ignorar a "los sujetos subalternos", el autor se plantea pasar a la retaguardia, a la resistencia, más propicia para estos tiempos que cualquier impulso vanguardista.

Desde las franquicias del Hermitage, el Louvre, y el Guggenheim -el universo McDonald´s museístico- hasta el cinismo de comisarios y artistas que tienen "el pie izquierdo en la revuelta social y el derecho en los petrodólares", un arte multicultural, político que viaja en limusina y licua cualquier revuelta, camuflando los etnocentrismos. En este nuevo orden visual el arte, después de Virilio, dejo de imitar a la vida para imitar a la supervivencia. En este sentido el autor se pregunta qué imagen inventamos para disipar nuestro terror. Y busca consuelo en la producción postfotográfica de Joan Fontcuberta, considerando que un fotógrafo debería de hacer lo que no puede hacer un turista, sino colocarse, como demandaba Manuel Álvarez Bravo, en la posición del fotografiado. En estos abismos, en esta iconocracia, en esta iconofagia, se trataría de impulsar "un proceso de gestión, de digestión, que apela a una ubicación distinta de la mirada del fotógrafo y a una remoción radical de lo que suele considerarse objeto fotográfico".

Pero en este nuevo orden con los currículos de los artistas en los catálogos escribiéndose hacia atrás de lo más reciente a lo más antiguo, manifestando su horror al futuro, su necesidad de regresar al principio, al útero, renunciando a invocar el progreso, ante este desespero nos queda la literatura, "nunca real y siempre verdadero", como ha escrito Artaud. Lo literario lleva tiempo en la retaguardia, resistiendo, anegado visualmente, pero narrando una historia del arte más verdadera que la real. Y los artistas más inteligentes se sirven de sus códigos narrativos para trazar nuevas estrategias. "La apoteosis de las imágenes acabará siendo una prueba irrefutable de la supervivencia de la literatura".

La última parte del libro analiza "la historia después de la historia" proclamada por el conservador Francis Fukuyama tras la caída del muro de Berlín pero sorprende que el progresista Arthur Danto, en paralelo proclamase "el arte después del arte". En esta "era del epílogo", el reto de la cultura, de la retaguardia no puede enredarse entre la carroña, ni enredarse en la muerte como buenos forenses sino "volver a nombrar en positivo nuestra experiencia", enterrando los cadáveres y dejando de usufructuar sus fantasmas. El arte que vendrá, los artistas más interesantes -tras cumplirse el sueño de Beuys de que todos somos artistas y la determinación de Duchamp de que todo puede ser convertido en arte-, serán "aquellos que se apresuren a borrar su rastro. Esos que no nos interpelaran de manera obsesiva y que, de paso, eliminarían sus huellas para que no pudiésemos encontrarles". Ya no precisamos un arte de vanguardia sino un arte de retaguardia que consiga "una fusión fructífera con la supervivencia" sustituyendo la exhibición por la inhibición.

Iván de la Nuez construye un relato ameno, no exento de polémica, con el arte como protagonista y la literatura y la política formando un trío que como una aventura llena de citas, pero sin pies de página, nos llevan fascinados desde una Venecia sin Bienal hasta el niño Aylán, símbolo de millones de desplazados, del desplome de un PC (Partido Comunista) al surgimiento de otro PC(Personal Computer), de Chesterton a Vila Matas, de Cortázar a María Gainza, una comitiva en la que todos bailan el "Moonwalker" para acompañar al Arte Contemporáneo que, por fin, está aprendiendo a marcharse.

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