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Saúl Fernández

Crítica / Teatro

Saúl Fernández

La Guerra Fría

Decir que "Copenhague" es la bomba hubiera sido superfacilón. Y no, no vamos por eso camino. Aunque a veces lo parezca. Dos de los tipos más inteligentes del siglo XX se encuentran un día en Copenhague durante diez minutos y logran cambiar el mundo. Pudo suceder porque uno de aquellos dos tipos era Niels Bohr y el otro, Werner Heisenberg. Ambos tienen nombre de personajes de libros de texto. Le dieron la vuelta a la historia por completo. Bohr, el mayor, identificó el uranio susceptible de ser fisionado (el primer paso de la bomba atómica). El otro, el discípulo, se descubrió el principio de incertidumbre. Los dos juntos sentaron las bases de la Guerra Fría, del mundo en llamas... Dos tipos listos (mucho) que un día se encuentran en lados contrarios de la trinchera.

El inglés Michael Frayn es el autor de "Copenhague" y lo es también de "¡Qué ruina de función!", o sea, "un thriller cuántico" y la comedia más superloca del mundo. ¿Y qué tienen que ver? Ambas obras están escritas con destreza magistral. La primera se desarrolla en torno al asunto de la responsabilidad de los actos y la segunda, en cierta manera, también. Uno es quien es y también quien le han contado que es. Pasó con Bohr y Heisenberg: dos premios Nobel atómicos (1922 y 1932), profesor y alumno, padre e hijo... y el mundo descansando sobre sus hombros "en una noche oscura /, con ansias en amores inflamada". La comedia es el revés y el derecho del mundo. Lo que sucede ante los espectadores y lo que se oculta. Frayn caminasobre la misma línea. Y lo hace las dos veces como un maestro. Y eso, su magisterio, es lo que aprovechan Gutiérrez Caba, Hipólito y Gutiérrez (Bohr, Heinseberg y Margrethe): los tres, ya muertos, descubren que el presente está preservado "por ese breve instante en Copenhague. Por un evento que nunca podrá localizarse o definirse exactamente. Por ese núcleo final de incertidumbre que habita en el corazón de las cosas". Así concluye una función cuyo estreno sensaciona acogió el teatro Palacio Valdés antes de anoche, un espectáculo enorme, con tres actores perfectos y una dirección escénica impoluta. Esos dos tipos listos fueron los responsables del que mundo siga. Uno sale feliz después de este duelo épico.

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