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La crítica política

La diferencia entre las promesas y su cumplimiento

La gestión política, tanto en los niveles locales como en los nacionales, pasando por los autonómicos, no suele propiciar el consenso entre la gente que anteriormente votó a las diferentes listas de personas elegibles. Así, los gustos de muchas de las personas que votan chocan con lo que posteriormente realizan la gente elegida; obviamente, también otros sectores de votantes muestran su acuerdo con lo realizado. Esas diferencias, en la gestión política, son consustanciales en el juego político. Las personas que los partidos políticos, en liza electoral, escogen para ser representantes de la población, presuponen de ellas que están capacitadas para tal menester y como tales, una vez elegidas, pasan a ser concejales, diputadas, alcaldes y alcaldesas... En el desarrollo posterior de su gestión política no siempre aciertan. Unas veces, se equivocan (humano es) e intentan corregir la situación y otras inciden sistemáticamente en el error, sin que se vislumbre un propósito de la enmienda. Ante ambas situaciones, surge la crítica a esa política que se entiende errónea, bien por parte de la oposición, bien por de la ciudadanía sea, en este caso, individual o colectiva. Es decir, la llamada sociedad civil.

Ese doble plano de la crítica política se suele valorar por parte de los que gobiernan de diferentes maneras. Así, la realizada por la oposición se la trata con guante de seda, por aquello de la democracia; llegando, en muchos casos, a acuerdos que poco o nada les interesa puedan traicionar el programa presentado. Si se trata de la crítica de sectores de la sociedad civil, bien por una asociación vecinal, cultural o deportiva, o por personas individuales, la cosa cambia. El prejuicio de las personas criticadas sale a flote, desde considerarlo como un insulto, tanto personal como institucional, a preguntar con ironía descalificadora, ¿ a quién representa éste o aquella? o ¿ no os parece presuntuoso por vuestra parte arrogaros la representación del pueblo? En ambas preguntas subyace lo que precisamente se quiere desacreditar: la prepotencia y la vanidad de su "representación" y una arrogación exclusiva de la crítica, teniendo a la misma como su particular chiringuito del poder que se ostenta. Concediéndonos, al resto, el papel de meros comparsas de su política. Anegan, de ese modo, la crítica e intentan desviar los tiros hacia la diana del mensajero, "matando" al mismo, antes que reconocer sus propios errores.

No es baladí el prejuicio manifestado, ante la crítica, por algunas personas en el ejercicio del poder , sino que es ciertamente desolador. Y lo es, porque quienes muestran esa "peculiar" manera de encajar la crítica a su gestión, son quienes tuvieron la arrogancia y la presuntuosidad, sinónimo de vanidad, de suponerse capaces de ser representantes del pueblo. Tiene enjundia el tema y encierra toda una filosofía de lo que se puede entender por ejercicio de la política: o desconocimiento total de la calle y de lo que en ella ocurre, o soberbia desde el puesto que se ocupa que, además, es prestado por un puñado de votos. En ambos supuestos suelen coincidir con mucha frecuencia la derecha y la izquierda. Y, claro, cuando la diferencia entre ambas es de escasos metros ideológicos, ocurre que una de las dos abandona el ideario. En este caso, la izquierda es la perdedora.

Es la crítica, sin los manidos adjetivos de " destructiva/constructiva", un derecho inalienable de las personas, que se hace en función a desacuerdos con la política del gobierno de turno sea local o nacional; sin embargo, desde un inexplicable patrimonio de la política y con un concepto paternal de la misma se "reconoce" ese derecho como "necesario" a la crítica de la gestión. Cuando lo que hay que hacer, desde quien ostenta el poder político, sobre manera en el municipal por ser el más cercano a la gente y la base de todo el entramado en los niveles superiores, es precisamente propiciar esa crítica, fomentarla y reflexionar sobre la reacción posterior a tomar. Lo hilarante del caso es que, aun "dispensando" al pueblo ese derecho, suelen caer tres veces con la cruz del error en su gestión. Más cuando desde las administraciones públicas se continúa gestionando en menoscabo de los intereses de la ciudadanía, sin que sean capaces de recapacitar sobre la práctica.

Se acercan las elecciones. Sería bueno y oportuno que los y las representantes actuales de la política, sobre todo desde la izquierda, se preguntasen si cuando sus respectivos partidos los eligieron y aceptaron, tuvieron esa vanidad y arrogancia, que suponen despectivamente en los demás, de considerarse con capacidad para ser nada más y nada menos que representantes de la ciudadanía. Resultaría interesante y curiosa esa reflexión para saber si esa "capacidad" fue real o ficticia en base a lo acontecido en su gestión posterior. No sé a las conclusiones que llegarían. Yo, sí sé las mías.

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