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El plan de recuperación de la Unión Europea

El neoliberalismo de la UE y el necesario cambio de modelo productivo nacional

Eran las 10.00 horas del 21 de julio de 2020 cuando el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, después de cuatro "extenuantes" días, hacía su entrada triunfal en Palacio, recibido a su vuelta de Bruselas por una multitud espontánea entre aplausos y vítores, como hemos podido ver en un ridículo vídeo grabado al efecto que va a dar un juego extraordinario en los próximos meses, cuando el Gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos tenga que presentar en Bruselas todas y cada una de las reformas prometidas en su programa de gobierno. Tal y como si se tratase del regreso de la batalla de las Termópilas o regresara del mismísimo desembarco de Normandía, el Gobierno celebraba por todo lo alto un acuerdo que exige a España tres medidas de las que prefieren no hablar, ni hablan, incluso tienen la osadía de negarlas: aplicar la reforma laboral de 2012, reformar el sistema de pensiones y reducir el gasto público. El vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, llama a esto una "condicionalidad blanda"; en efecto, blanda como el acero y con una enorme capacidad de hacer saltar por los aires al mismísimo Gobierno de coalición.

Todos los titulares hablaron de un acuerdo "histórico". Pero, ¿de verdad es tan bueno el acuerdo alcanzado por el Consejo Europeo? ¿Están justificadas las valoraciones excesivamente eufóricas sobre el plan de recuperación de la Unión Europea? ¿Se romperá con la lógica neoliberal dominante? Para los miembros del Gobierno todo lo que le rodea son momentos históricos. Pero el "hoy" tiene poco de momento histórico, como no sea que nos muestra una vez más que la historia se repite, porque desde hace treinta años la UE permanece anclada en los mismos errores. Ojalá sea yo el equivocado, pero creo que veremos políticas económicas muy similares a la que se implementaron con la anterior crisis. La deuda pública ilegítima seguirá creciendo y mientras intentemos intervenir en el rápido desarrollo de esta crisis, la amenaza de la futura austeridad antisocial e insostenible seguirá pesando sobre nosotros.

La primera evidencia que se puede extraer tras la cumbre es que "España será rescatada", aunque se niegue. Sin ese dinero prestado España tendrá graves dificultades para afrontar sus compromisos de pago, disparados brutalmente desde que arrancó la crisis del covid-19. Además, según afirmó el mismísimo gobernador del Banco de España, "las necesidades de financiación por la crisis son mucho mayores que las que este fondo va a cubrir, ya que apenas cubre el 10% de la financiación que necesita España entre 2021 y 2026". Se nos dice, entre otras lindezas, que "no volverán los hombres de la troika ni la austeridad" y que "sólo" habrá "condicionalidad blanda". Pero lo que no nos dicen es que los "hombres y mujeres de la troika" ya se encuentran instalados en La Moncloa.

Cada vez que surge un debate en torno a Europa me llama poderosamente la atención de la poca voluntad en los líderes políticos, tertulianos y medios hegemónicos en recordar lo que es la UE: un proyecto intrínsecamente neoliberal y antidemocrático. Es un proyecto en donde las puertas giratorias, los conflictos de intereses y la corrupción en las instituciones comunitarias suelen ser la norma.

Entrando de lleno en la fase eufórica de la globalización neoliberal, hay que decir que fueron los propios estados miembros de la UE -gobiernos y parlamentos- los que aprobaron recortes a su propia soberanía democrática y maniobra política. Aprobaron el Tratado de Maastricht (1991-1993), que no sólo contenía normas estrictas sobre el déficit público, sino también prohibía cualquier forma de refinanciación pública. Los tratados de la UE siempre tienen prioridad sobre el derecho constitucional nacional y son difíciles, por no decir imposibles, de enmendar ya que eso requiere unanimidad de los estados miembros.

Que nadie intente, por tanto, hacernos caer en la dicotomía trampa de Europa sí o Europa no, porque, confetis mediáticos aparte, el debate real está en qué Europa queremos construir: una que combata a la pobreza o una que combata a las personas pobres como la actual; una que reparta riqueza o una que genere desigualdad; una Europa con derechos o una sin derechos. Incluyendo cada cuatro días el calificativo de "histórico" no se cambia la historia de Europa. El consenso no es una virtud cuando se consensúa entre neoliberales de Norte y Sur. Y "menos malo" casi nunca significa "bueno", y mucho menos cuando apenas consiste en ponerle el traje gris marengo a los hombres de negro. Y esa historia ya la conocemos.

Hablemos claro: el objetivo de Maastricht sigue siendo la exposición de los estados a las fuerzas de los mercados financieros que penalizan al sector público aumentando los tipos de interés de los bonos del Estado si, por ejemplo, gastan demasiado en políticas sociales o sanidad. La diferente respuesta fiscal y carga de la deuda será un elemento de mayor fragmentación en la UE que fortalecerá, una vez más la posición dominante del IV Reich de la Merkel. Así que, lejos del festín propagandístico que vende virtudes homeopáticas del acuerdo, el armazón jurídico-político de la UE realmente existente sigue después de la cumbre del Consejo igual de fuerte que antes y el neoliberalismo igual de "constitucionalizado" en el seno del proyecto europeo. ¿Qué significan esas oscuras recomendaciones específicas para cada país que se debaten en Holanda y no en España? ¿Qué papel juegan en las condiciones que deberá cumplir el Gobierno de España si quiere acceder a los 140.000 millones de euros de ayudas de la UE para reflotar la economía española tras el covid-19?

Aunque faltó la lluvia de cava, imaginando a la Merkel como una niña de San Ildefonso con la bolita en la mano, el triunfal regreso de Pedro Sánchez a Moncloa y los aplausos ministeriales dejaba claro que esta vez sí que nos había tocado el Gordo en Bruselas y no una simple pedrea. Los 140.000 millones, la mitad en subsidios a fondo perdido, parecen una de esas cantidades ingentes que nos plantea el reto al que se enfrentan todos los pobres a los que les sonríe la fortuna o el calvo de la Lotería, aunque lo cierto es que nunca hemos tenido muy claro qué hacer con el dinero, salvo autovías y adosados a base de "pelotazos", muy distintos a los pelotazos de la final del Mundial del Fútbol hace 10 años entre España y Holanda.

Bienvenido sea, pues, el nuevo modelo productivo, aunque de momento sea un tejado muy bonito para un edificio al que le siguen faltando los cimientos, pero antes de plantearnos ser Silicon Valley convendría corregir el subdesarrollo que llevamos acumulado, porque seguimos creyendo que la inversión en I-D-i es una excentricidad, que la educación es un gasto superfluo, que es una pérdida de tiempo y de dinero eso de inventar porque es más sencillo pagar por las patentes de otros, y que el principal destino de los beneficios empresariales no es la reinversión sino el dividendo...

Más que un pecado, sería un delito no aprovechar el premio en algo que no sea tapar agujeros y sucumbir a esa maldición del Gordo de la Lotería que termina por arruinar en cinco años a sus agraciados. Hay vida más allá del hormigón y el ladrillo...

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