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Músicos en solfa

Una caída en desgracia en tiempo récord que es señal de luchas cainitas

Inmersos en el Antroxu más caribeño en lo climatológico y bajo la regia mirada de un Pelayo trans, imposible imaginar nuestra mascarada sin músicas. Ni ninguna otra fiesta. Ni casi nada de nuestra vida cotidiana, donde la música es protagonista o acompañamiento evocador de sanas emociones. De paso, atenúa esa extraña identificación negativa entre silencio y soledad de la que somos rehenes. Pero esos son otros lópeces: hoy toca lo que suena.

Semanas atrás, el asturiano José Ángel Hevia, nuestro gaitero más ecléctico e internacional, era elegido presidente de la Sociedad General de Autores y Editores, SGAE. Y días atrás, una moción de censura le reemplazaba, no sin tensiones y hasta insultos, por la soprano Pilar Jurado, curiosamente apoyada por los mismos que ya lo habían hecho con Hevia. Una caída en desgracia en tiempo récord, señal de luchas cainitas. Por si fuera poco, entre un momento y otro, el ministerio de Cultura ha solicitado a la Audiencia Nacional intervenir la entidad durante seis meses en los que una gestora sustituiría a la tormentosa junta directiva.

El objetivo de esta medida insólita y excepcional es desentrañar un galimatías para iniciados, sospechosamente opaco y aparentemente blindado, que mueve ingentes masas de dinero en diferentes direcciones y cuyo reparto es objeto de duda. La Audiencia se pronunciará en breve, tras dar la oportunidad a la SGAE de presentar alegaciones. Parece poco probable que prosperen puesto que la entidad no respondió convincentemente a los requerimientos del ministerio para clarificar muchos aspectos puestos en cuestión.

Hay autores que se han alegrado. Melendi o Jorge Martínez fueron algunos de los músicos asturianos que solicitaron en su momento la intervención del Ministerio, agrupados en una plataforma de artistas españoles entre los que figuraban Alejandro Sanz, Kiko Veneno, Vetusta Morla, Bebe, Malú, Juanes o Coque Malla. Cómo se han ido creando estas trincheras entre nuestros creadores merece una sosegada reflexión y puesta a punto de procesos.

La SGAE, como toda entidad recaudadora que se precie, nunca ha tenido buena imagen. Peor, según las estadísticas oficiales, que la del ministerio de Hacienda, que ya es mérito. Ésa, la de la comunicación, parecía ser la única batalla a librar por la entidad hace una década, cuando Víctor Manuel y Hevia formaban parte de la junta directiva presidida por Teddy Bautista. Eran tiempos de prestigio internacional y entrega a la noble causa de los autores; porque, no lo olvidemos, también ellos merecen ser compensados por su trabajo. Es justo y necesario.

Todo empezó a torcerse en 2011 con la operación Saga de la Guardia Civil, que detuvo, entre otros miembros de la SGAE, a Teddy Bautista. Pendiente aún de resolución judicial, se les acusa de organización criminal y desvío de veinte millones de euros. En este tiempo, sucesión de presidencias y un segundo hachazo: el caso Rueda que investiga la complicidad entre socios y televisiones para enriquecerse arteramente con los derechos en la franja nocturna, cuando para la inmensa mayoría la música es la del sueño.

Hasta la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual ha impuesto una sanción a la SGAE. Su reputación, por los suelos.

Un status quo que es difícil de remover porque el propio sistema de voto de la entidad da ventaja a quienes más ingresan, ¿quién cambia una situación que le beneficia? Lo cual ha propiciado el desencanto de la mayoría: en las últimas elecciones se la abstención superó el 90%. Y a todo lo relatado subyace el propio sistema de reparto; socios con ingresos exiguos o nulos, aplastados en esa precariedad que la entidad de gestión dice querer erradicar.

Sepultado bajo el manto de presuntas corrupciones está el servicio que la SGAE sí presta al sector musical, teatral y audiovisual. Aunque en ocasiones los modos enérgicos en la actividad recaudadora no ayuden, como ocurrió cuando echaron cuentas con los organizadores de romerías gijonesas y casi se las llevan por delante, es obvio que cumplen su función y están en su derecho. Es el derecho de los autores, otra cosa es que algunos, en algún momento de esta historia, discretamente abrieron un agujero en el fondo de la hucha.

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