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Amor y sexo

Las razones profundas de la disociación entre las relaciones sexuales y las afectivas

La corriente sexual y la corriente afectiva, el deseo y el amor, ¿realmente están disociados en el psiquismo humano, como así lo presentan los doctrinarios de la liberación sexual? La experiencia y la literatura clínicas dejan ver que la conducta orientada en esta dirección, la de entender el sexo como "desahogo" y de conferirle el rango de fin en sí mismo, "termina por volverse contra el individuo". Negar al sexo la "dimensión relacional" distorsiona la sexualidad humana e impide el encuentro sincero con el otro, al rebajar al compañero de aventura a la condición de mero objeto para un "desahogo" y hacer del encuentro un mero "apareamiento". El narcisismo (egocentrismo) es el rasgo definidor del individuo que entiende el sexo en estos términos; este egocentrismo le incapacita para ver a la otra persona como algo más que un mero participante necesario en la obtención del propio placer.

Bien mirado, la liberación sexual no ha representado ninguna "novedad sexual" o conquista. En todos los tiempos, la humanidad ha vivido la sexualidad como bien le ha parecido y en la forma que ha preferido. Es el hecho que la promiscuidad sexual ha sido la práctica más extendida. Si bien ha sido así en tiempos pasados, al ser lo habitual los matrimonios concertados, no por ello era la promiscuidad identificada con el ideal amoroso, sino que hay un anhelo de continuidad de la relación amorosa en el tiempo, como se pone de manifiesto "a partir del siglo XII con el amor cortés". Cierto que, a partir del siglo XVIII, la moral imperante del momento lleva a considerar como objeto de educación y control la sexualidad del adolescente. Cierto también que en esta época, como en todas aquellas de restricciones morales, se vivían toda clase de aventuras sexuales, si bien tenían lugar a escondidas. Lo novedoso de la llamada liberación sexual, traído al acontecer social, ha sido -en consideración psicoanalítica- "el exhibicionismo" o permisión de comportamientos que, bien por pudor bien por falta de permisividad, se mantenían ocultos. Lo novedoso, también, es la manifiesta -en expresión psicoanalítica- "verborrea sexual" o hablar bien sin pudor bien sin limitaciones objetivas o externas tanto acerca del sexo como para justificar las preferencias sexuales. En la literatura psicoanalítica, acerca de lo considerado "el exhibicionismo y la verborrea de la liberación sexual", se puede leer: "El modelo de un sexo que se exhibe permanentemente significa que no se vive. Cuanto más se le enseña y más se habla de él, más se manifiesta la incapacidad de vivirlo".

A esta disociación sexo-amor acompaña otra disociación cuando menos preocupante, la disociación moral-sexualidad, justificada por el doctrinario de la liberación sexual. Considerar el sexo amoral y asocial es cuando menos un error. Sencillamente, es de la condición humana el que, a través del sexo y por la naturaleza relacional del mismo acto, el individuo se trasciende, va al encuentro del otro, independientemente que este trascenderse sea sincero o desvirtuado en su fin. La gravedad de la disociación sexo-moral se hace notar en la valoración implícita del otro, del compañero, en el encuentro circunstancial. Es el caso que, en la construcción de la propia realidad, la personalidad de conciencia organizada moralmente da cabida al otro como persona, como realidad en sí, objeto de la más absoluta consideración, y son los valores morales, forja de aquella conciencia, los que hacen posible dar sentido a la relación, hacer sincero el ir al encuentro del otro y, consiguientemente, el anhelar su duración en el tiempo. El egocéntrico, el narcisista, por su parte, consumado el "desahogo", desplaza al otro a un fondo ignorado allende la indiferencia. En lo que atañe a este orden de cosas, la literatura psicoanalítica mantiene que el conflicto íntimo, psicológico, es el mismo, tanto en quien esgrime la moral "contra el sexo" como en quien enfrenta "el sexo contra la moral"; en ambos casos, mantiene esta literatura, se pone de manifiesto un conflicto temprano, sin resolver con la figura paterna, en el desarrollo psico-afectivo del niño, que -por así decir- perturba la formación de la conciencia moral o Super-Yo.

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