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El Otero

Por San Blas...

Oviedo y el mártir de Sebaste

No me parece que sea Oviedo sitio propicio para avistar cigüeñas. Por tanto, dejemos para otras latitudes el popular refrán que reza: por San Blas la cigüeña verás y si no la vieres, año de nieves. Bien. Pues aunque no veamos a la cigüeña, las nieves siempre serán bien recibidas, que, sabido es por la gente del campo, "ye el mejor cuchu que hay" amén de que "año de nieves año de bienes". Lo que sí tenemos en Oviedo es una antigua veneración vinculada con esta fecha. Y una vez más unida al monasterio benedictino de San Pelayo, esencia misma de la ciudad. Ya en su día hablamos de la desaparecida romería de las naranjas, primera del calendario local, el 2 de febrero, conocida como fiesta de "las Candelas", heredera de la "festa candelarum" romana. Festividad litúrgica de la presentación del Señor en el templo y de la purificación de la Virgen. Se celebraba en el entorno del convento de San Pelayo, por donde se ponían puestos de naranjas que se extendían por la muralla hasta la calle del Águila. Hoy es conocida la multitudinaria procesión de las Candelas por el claustro benedictino. Pero vamos a San Blas. Médico y obispo de Sebaste, Armenia, en la actual Turquía. Conocido por obtener curaciones milagrosas por su intercesión, cierto día salvó a un niño que se ahogaba por una espina de pescado que se le había trabado en la garganta. También se cuenta que cuando iba encadenado camino de su martirio, impuso su mano e hizo la señal de la cruz sobre la garganta de un niño agonizante que, milagrosamente, se recuperó. De ahí la costumbre de bendecir las gargantas el día de su fiesta, 3 de febrero.

Parece que en Oviedo, en el siglo XVI, existió una cofradía en honor del santo. Y en 1854, cuando las monjas benedictinas del monasterio de Santa María de La Vega fueron expulsadas con alevosía de su casa para convertirla con el tiempo en Fábrica de Armas, entre las pertenencias que llevaron al monasterio de San Pelayo que las acogió se encontraba una imagen y una reliquia de San Blas, un trozo de hueso de unos 10 centímetros. Desde entonces, año tras año, los ovetenses acuden a la cita con la tradición para venerar su reliquia y pedir su protección. No en vano, como patrono de los otorrinolaringólogos y de las enfermos de garganta, en estos días de gripes y resfriados, seguro que no han de faltarle devotos. La imagen procedente de La Vega ardió en octubre de 1934. La que actualmente se encuentra en el monasterio de San Pelayo fue donada por el entonces párroco de San Tirso, José Noval, en febrero de 1940.

Por otra parte, dado que en el siglo XVII, San Blas era un santo muy popular ente el campesinado debido a su fama de protector frente a las enfermedades, tras la inauguración de la girola barroca de la catedral, se decidió ubicar una imagen suya en un lugar relevante en la galería de santos y mártires. Así pues, también podemos contemplar una talla de San Blas en nuestra Catedral. La talla es obra del artista asturiano José Bernardo de la Meana, quien la esculpió entre 1753 y 1762. Representa a San Blas vestido de obispo y con su mano izquierda sobre la garganta.

Pues ya saben, anden o no anden con la garganta así así, cumplan la tradición si les place y, ya que están, aprovechen para comprar unos dulces tradicionales de la época, recuperados en 2014: las rosquillas de San Blas, que el buen obrar en repostería de las Pelayas también dará placer a sus gargantas. Y que San Blas se lo pague y buen provecho les haga.

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