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PARAÍSO CAPITAL

Los héroes del Palacio

Las grandes gestas del deporte vividas en una instalación olvidada

La gloria es un olvido aplazado, decía Ramón y Cajal, que era científico, inventor, escritor y Premio Nobel de Medicina. Hace ya más de un siglo de aquello y su gloria permanece. Más su fama que sus méritos, pero ahí está. Aunque para muchos sólo sea una calle, una parada de autobús, el nombre de un instituto de secundaria. Aunque haya incluso quien piense que Ramón y Cajal eran dos personas y no una, en plan Andy y Lucas.

La verdadera fábrica de gloria de nuestra sociedad es el deporte profesional. Podríamos fechar esta tendencia a partir de 1896, cuando el barón Pierre de Coubertin impulsó la celebración de los juegos olímpicos modernos. Desde entonces (más rápido, más alto, más fuerte) el ser humano se bate con sus pares en todo tipo de esfuerzos lúdicos y los vencedores son admirados y recordados por el resto.

Hay quién se deja cegar por el brillo del mejor, de Messi o Usain Bolt. Otros, sin embargo prefieren héroes locales. En Oviedo no se olvidará la delantera eléctrica de los Lángara, Herrerita y Emilín. Aprendimos de Fórmula 1 con Fernando Alonso, pedaleamos un oro olímpico con Samuel Sánchez, talonamos y saltamos con Yago Lamela y siempre le restregamos a los del Sporting que, en el fondo, Quini era carbayón.

La semana pasada disfruté mucho celebrando aquí, en el Paraíso Capital, un edificio singular de nuestra ciudad. El Palacio de los Deportes. De la misma manera que lamento desperdiciar este equipamiento, es de justicia recordar sus días de gloria. Que los tuvo.

Su momento más internacional fue el MundoBasket'86. El baloncesto era un deporte en alza y la NBA nos hacía enloquecer. Aquel resultó un campeonato apasionante. Oviedo fue sede de la fase semifinal, con llenos apoteósicos. Drazen Petrovic fue el nombre por encima de todos. Divac, Steve Kerr, aquel Tyone Bogues que parecía de miniatura.

El mismísimo Carl Lewis, el hijo del viento, corrió y perdió una carrera de sesenta metros lisos aquí. Lo único que ganó fueron los tres millones de pesetas que costaba su caché. Yo estuve allí y los hubiese pagado de mi propio bolsillo de haberlos tenido. Más presencia tuvo el medio fondo, con record mundial de Said Aouita incluído, y otras grandes leyendas como Abascal, Fermín Cacho y Colomán Trabado.

Pero la sangre de mis venas se derramaba sólo por el Club Patín Cibeles. El hockey era mi amor verdadero. Aquellos años compitiendo de tú a tú contra el Barça infinito de Trullols y el Liceo de Daniel Martinazzo, el mejor jugador de la historia.

Nuestros guerreros eran Lolo Paredes, Veiga, Juanchi, Luisín primero y segundo, Francis? Eran sólo un renglón de la prensa deportiva del lunes pero les adorábamos. El líder, el internacional, el sostén del equipo era Ismael Mori. Un guardameta que parecía infranqueable, campeón de Europa y del mundo. Tengo su foto firmada y enmarcada, la de aquella Copa del Rey que ganamos. Aún me sonrío cuando le veo por la calle paseando.

Así que me corrijo a mí mismo, que titulé el pasado artículo como El palacio desierto. El Palacio de los Deportes no está vacío sino lleno de recuerdos. Sería bonito volver a fabricar allí otros nuevos, aplazar el olvido del pabellón con glorias contemporáneas. Que lo mejor no sea solo lo visto por televisión o lo que juguemos a la Play, quiero decir.

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