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La "diversión" de ver a los niños matarse a golpes

Así es el boxeo infantil en Tailandia, que acaba de costar la vida a un menor

La "diversión" de ver a los niños matarse a golpes

El tailandés Anukha Thashako tenía 13 años. Demasiado joven para morir. El fatal desenlace le llegó el pasado día 10 por una hemorragia cerebral tras un combate de muay thai -la práctica de boxeo tailandés- en el que terminó inconsciente. El trágico suceso ha propiciado el anuncio de una reforma legal para prohibir la participación de los menores de edad en un deporte que es algo más que una lucha, forma parte de la cultura ancestral de Tailandia.

Asistir a uno de esos combates resulta estremecedor. No sólo por la exposición de los menores en un actividad cuanto menos controvertida: si sacudirte el cerebro a golpes ya es malo como adulto, imaginen cuando uno es un niño y sus órganos están en pleno desarrollo. A ello se suma la actividad lucrativa de quienes organizan apuestas para animar -y agitar- a quienes acuden a presenciar una buena tunda de palos entre dos chavales.

El muay thai, boxeo tailandés como se conoce en Occidente, es el deporte nacional. Se le conoce como el arte de las ocho extremidades, ya que enseña a combatir con el oponente usando ocho puntos de contacto diferentes en el cuerpo - pies, rodillas, codos y manos- y es una de las artes marciales más físicas. El "estadio", como llamaban al recinto con techo de uralita y varios bares de mala muerte repartidos entorno al ring, tenía poca luz y estaba medio podrido. Nos sentamos y pedimos unas Chang -la cerveza nacional- para el grupo.

Un viaje solidario a Tailandia me llevó a hacer algo que nunca había hecho antes. Franceses, italianos y españoles coincidimos en idéntico propósito en nuestras vacaciones en la zona de Sing Buri, a poco más de horas de la inmensa Bangkok. Fue uno de los miembros de la organización Greenlion, que coordinaba nuestra labor en el país, quien nos propuso ir a ver un combate de muay thai. "Es todo un espectáculo", anunció PiWan, el guía local en los proyectos educativos. A simple vista, parecía otro paso más en la inmersión en la cultura local. Hasta cierto punto, vendría a ser como ir a los toros en España: comprendes la tradición que hay detrás, pero en el siglo XXI hay cosas injustificables en lo ético y en lo humano.

Según el Ministerio de Educación de Tailandia, unos 200.000 menores se dedican al muay thai de forma amateur. Varias ONG trabajan para alejar a los más jóvenes de los combates oficiales, aunque hasta la muerte de Anukha Thashako el gobierno nunca se había puesto manos a la obra en el asunto. Al fin y al cabo esta disciplina mueve mucho dinero e influencias.

Se queda grabada la cara de susto de uno de los niños que pasó justo por detrás del grupo de voluntarios que nos encontrábamos en Tailandia y subió al escenario próximo al ring. No habría cumplido 8 años. Cuando terminaron de atarle los guantes y se puso una cinta alrededor de la frente que casi le tapaba la cara, pude ver el miedo en su rostro. Ni quise sacar la cámara. Algunos extranjeros comenzaron a fotografiarse con el niño como si se tratara de un trofeo de caza.

En las esquinas de aquel polideportivo donde los mosquitos atacan con fuerza cuando cae la noche, se reunían grupos de familias y amigos para animar a los combatientes. Sí, las artes marciales serán un arte, pero no puede ser que metan allí a chavales tan jóvenes a repartirse puñetazos sin más límite que el "knockout". En los campos de entrenamiento de muay thai no sólo se obliga a seguir una tabla para estar en buena forma física en general, sino a desarrollar tácticas en el cuadrilátero. Antes de que sonase la campana, los dos primeros combatientes empezaron a bailar encima del cuadrilátero, en una especie de ritual de calentamiento y meditación previo que se repitió una y otra vez durante toda la velada. Después del "¡ding!", todo eso pasaba a un segundo plano y comenzaba lo más crudo de la noche.

El agua helada entre rondas parecía un calmante barato para aquellos chiquillos cuyas familias sostenían en alto como el trofeo de caza que los turistas esperaban llevarse en una foto. Las niñas, todas menores de edad, lucían trenzas apretadas para subirse al ring. Ni la dulzura de los rasgos asiáticos era capaz de tapar esas manchas rojizas que quedan tras los golpes en la piel. Probablemente aquella noche -como otras tantas- aquellos pequeños boxeadores se fueron a dormir con calenturas que les durarían varios días. Para unos, de héroes. Para otros, de esclavos de un ritual que se lleva vidas por delante.

En el segundo asalto volvieron a saltar al ring dos menores. Debían de tener entre 8 y 10 años. Tampoco quise sacar la cámara. Me di cuenta de que iba a presenciar una auténtica paliza entre dos chavales que en este lado del planeta, como mucho, estarían compitiendo por cuántos goles le marcaban al equipo contrario en el patio del colegio.

Chiang Mai, la capital del Norte, cuenta con algunos de los mejores gimnasios de muay thai, adonde acuden desde primerizos hasta campeones nacionales. En Pattaya es posible tener acceso a excelentes instalaciones dirigidas al entrenamiento de extranjeros con aptitudes físicas y pugilísticas de todos los niveles. También entrenan campeones nacionales y luchadores de artes marciales mixtas. Por algo más de 200 euros es posible acceder a un programa de formación de siete días.

Ver a niños pegarse por el puro placer de quienes apuestan por su favorito, de las familias elevando en brazos a su campeón mientras preparan al siguiente hijo para sucesivos combates o recibir incluso el ofrecimiento de participar en ese "circo" a cambio de unas cervezas resulta cuanto menos desconcertante. Estremece el primer golpe que uno presencia, igual que estremece ver a las madres frotar a los niños con un ungüento elaborado en casa para tapar las heridas. Sin descanso. A mitad de la noche una mujer embarazada ya ha subido al ring a dos de sus hijos. El tercero, aún por nacer, podría llevar el mismo camino. Ella sólo cruza unas palabras con su marido sobre el resultado de las apuestas.

El intercambio de puños y patadas no cesó en toda la velada. Niños y niñas. Algunos con escasísima protección. Hasta que caen. Como Anukha Thashako. Lo peor es que no se llevan más que las migajas del pastel. A nivel amateur se dice que no ingresan más de 10 o 20 euros por pelea mientras hipotecan su vida a base de traumas cerebrales.

Como visitante fui partícipe de todo aquello y, bien pensado, debería haberme levantado de mi asiento nada más ver a los dos primeros chavales. En parte, también contribuí a perpetuar el sistema.

Antes del fallecimiento de Thashako, la ley tailandesa no fijaba ninguna edad mínima para la participación de niños en combates de boxeo y sólo establecía que los menores de 15 deben estar registrados y se les debe proporcionar equipamiento, lo que raras veces ocurre. Espanta ver a los niños pegarse con cara de miedo con el único objetivo del espectáculo de los puños. Igual que el sonido seco de cada impacto en sus pequeños cuerpos. A Anukha Thashako uno de esos golpes lo tumbó para siempre.

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