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Año del cerdo... siglo del jabalí

El suido encara 2019, que el zodiaco chino consagra a su descendiente doméstico, consolidando una imparable expansión territorial y demográfica, propiciada por el abandono del campo

Año del cerdo... siglo del jabalí

El zodiaco chino señala 2019 como el año del cerdo. La realidad socioecológica de Asturias determina que el XXI es el siglo de su ancestro salvaje, el jabalí. Esta especie inició su crecimiento demográfico y su expansión geográfica en los años sesenta del siglo pasado, y esa tendencia se ha fortalecido en las casi dos décadas que van del actual. La previsión es que el avance del suido continúe imparable. El jabalí tiene éxito porque es un oportunista. Triunfa por sus características reproductivas y por su peculiar organización social; también gracias a la ayuda que le presta el manejo humano del territorio (o su ausencia). Y esto ocurre en Asturias, en el resto de España y en toda Europa. Omnívoro y con una disponibilidad casi ilimitada de alimento, prolífico, adaptable a distintos hábitats, con pocos depredadores naturales... lo tiene todo a su favor. Y eso, a pesar de ser el mamífero cinegético más cazado, con gran diferencia sobre el resto. Precisamente, su "capacitación" para la supervivencia es lo que hace que se recupere con rapidez de las bajas producidas por la caza y los controles poblacionales; la mejor demostración de esa cualidad es que, a pesar del fuerte incremento de las capturas, la especie ha seguido multiplicándose y conquistando nuevos territorios.

El avance de este "ejército" sobre Europa se ha apreciado en el desplazamiento de la frontera septentrional del "teritorio jabalí" entre 50 y 100 kilómetros hacia el Norte, de modo que la especie ha colonizado extensas zonas de Escandinavia (a gran velocidad: 50 km/año en Finlandia) y ha recuperado antiguos territorios perdidos en Estonia, Dinamarca e Inglaterra. Y no ha sido solo una "ocupación" latitudinal, sino también altitudinal, pues la creciente templanza del clima le ha abierto la puerta de los pisos alpinos de las montañas. Asimismo, se ha producido una aclimatación del jabalí a los ambientes urbanos, basada en el consumo de desperdicios, y, en paralelo, una habituación a las personas, favorecida por quienes le dan de comer. Y en todos los sitios la población ha crecido. Ahora hay más jabalíes y en más lugares. Esta situación tiene, o puede tener, múltiples repercusiones: ecológicas, económicas, sanitarias... en tanto el jabalí es presa y depredador, compite con otros herbívoros por diversos recursos, asalta los cultivos, hoza los prados, provoca accidentes de tráfico y puede transmitir enfermedades (Europa ha hecho sonar la alarma ante una posible explosión de la peste porcina). Igualmente, existe el temor a que se produzcan ataques a personas, aunque éste se ha ido disipando a medida que aumentaba la frecuencia de los contactos, lo cual no deja de tener su riesgo porque da pie a pecar de exceso de confianza; por norma, el jabalí siempre evitará la confrontación, a menos que no se le deje una vía de escape, que se encuentre herido o que sienta comprometida su propia seguridad o la de los suyos (una hembra con crías).

El "imperio suido" se ha levantado sobre los cambios en el paisaje debidos a las circunstancias socioeconómicas: el envejecimiento de la población rural, la deserción de los pueblos y el abandono consiguiente de cultivos, prados y aprovechamientos tradicionales del monte, como la extracción de leña y la recolección de castañas. Esa desestructuración y desintegración del mundo campesino ha dejado extensos territorios libres de presencia humana (o con muy poca huella) y, paralelamente, ha favorecido la regeneración del bosque (y su estadio previo, el matorral). Así, el jabalí dispone de mucho más territorio "confortable", por falta de molestias y por disponibilidad de refugios, donde, además, abunda la comida y desde el cual puede efectuar incursiones en las tierras agrícolas que siguen en explotación, ya sea para paliar escaseces provisionales o estacionales de alimento natural, ya para darse el gusto de comer maíz u otras plantas cultivadas. Esa situación es, también, la que ha favorecido su aproximación a las ciudades, en tanto se han difuminado las fronteras entre lo rural y lo urbano. Y no ha tardado en aprender que en las periferias urbanas no se caza y son, por lo tanto, un buen lugar para establecerse, con un mayor índice de supervivencia en edades tempranas (en condiciones naturales, entre el 75 y el 80% de los ejemplares muere antes de cumplir los dos años), y, además, con acceso a un gran bufé libre de "comida basura" (literalmente).

Precisamente, la comida es una clave importante en esta historia porque cuanto más comen los jabalíes, más crían, y cuanto más pesan las hembras, mayores son sus camadas (hasta 50 kilos, cuatro rayones; seis, por encima de los 70, y hasta ocho, las más corpulentas). Es decir que la disponibilidad de alimento abundante, fácil de obtener y, asimismo, muy energético se traduce, indefectiblemente, en una explosión demográfica.

Los expertos coinciden en que el control de la expansión del jabalí debe basarse en la gestión del hábitat y en recuperar la vitalidad del campo como sistema productivo. Pero son objetivos complejos y que requieren tiempo, recursos y estrategias. A corto plazo, la herramienta de intervención es la eliminación de ejemplares, ya sea mediante la caza o adjudicando la tarea a la guardería, pero es un arma de contención de impacto relativo, ya que requiere mucho esfuerzo y sus resultados son modestos en términos numéricos. El jabalí lleva las de ganar en ese pulso. Para mejorar la eficacia de esta medida serían precisos estudios previos sobre la dinámica poblacional de la especie y sobre su reproducción y los factores que la condicionan (como la montanera de bellotas y castañas), ya que esa información permitiría disponer de previsiones de crecimiento demográfico y definir el grado de presión cinegética necesario en cada momento y en cada sitio para frenar el aumento poblacional.

En todo caso, se haga lo que se haga, se impone la convivencia con el jabalí, tanto en el campo, donde ya existía, aunque la relación se ha desequilibrado, como en las ciudades, donde es un fenómeno nuevo, aunque no tanto en otros puntos de Europa (el ejemplo paradigmático es Berlín, con una población de varios miles de jabalíes urbanos). Se trata de una coexistencia con inevitables fricciones, con pérdidas económicas, con riesgos sanitarios... y que debe incorporar medidas de contención por ambas partes (controles poblacionales y compensaciones económicas por daños) para mantener un cierto equilibrio en tanto se abordan soluciones a largo plazo que incidan en el origen del problema, que no es otro que la crisis del campo. El jabalí es una pieza importante de los ecosistemas y, si produce perjuicios o si aparece fuera de su ambiente, es por una superpoblación inducida por unas circunstancias derivadas del manejo humano del paisaje. En las zonas urbanas, esa convivencia debe mantener las distancias obligadas con un animal salvaje (por muy manso que se muestre cuando se habitúa), potencialmente peligroso (es grande, fuerte y está armado con colmillos que cortan como navajas) y circunstancialmente agresivo. Tanto en el campo como en la ciudad, incidir en la disponibilidad de alimento (restando recursos y dificultando el acceso a los cultivos y a los desperdicios urbanos) es la mejor manera de contener el aumento de la especie, cuyo potencial reproductor se halla directa y proporcionalmente vinculado a ese factor.

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