Fiel a su cita anual con el FICX, el surcoreano Hong Sang-soo ofrece en Hotel by the River una de las películas más depuradas de su filmografía. Rodada en poco más de dos semanas, en un limpísimo blanco y negro y con un número muy limitado de localizaciones, la película demuestra que la austeridad no está reñida con la belleza formal, y que la sencillez no implica falta de profundidad. En torno a la figura de un escritor que presiente la proximidad de la muerte, Sang-soo articula un filme con vocación de ensayo que habla de las dificultades para comunicarse, de la búsqueda incesante del amor, de la fragilidad de las relaciones de pareja, de los traumas asociados a toda ruptura sentimental. Plano a plano, de forma tan delicada, y tan inexorable, como esa nieve que inunda la pantalla, el cineasta surcoreano construye un filme que, sin alcanzar la brillantez de títulos como Right Now, Wrong Them, es profundamente representativa del estilo de su autor, y se adivina como una obra verdaderamente personal.
Sin renunciar a los habituales ribetes de humor de su cine, a la inevitable escena en el restaurante (con borrachera incluida) y a su planificación paciente, Sang-soo va tejiendo sus reflexiones sobre los actos cotidianos de unos personajes en crisis continua, que se buscan sin saberlo, también sin encontrarse plenamente más que en unos fugaces momentos. Un empeño para el que cuenta con un reducido plantel de intérpretes, varios de ellos cómplices habituales del cineasta, que se entregan sin dudarlo a una exploración más compleja y trascendente de lo que la apariencia de la obra invita a pensar. Entre todos, destaca especialmente Ki Joo-bong, en el rol de ese poeta en el ocaso que no deja de buscar la belleza.
Sutil e intimista, con un final amargo y emotivo, Hotel by the River es una de esas películas que invitan a la reflexión, que piden a gritos verla en compañía para decantarla después ante una cerveza o un café. Hong Sang-soo en estado puro.
