Último adiós a José Luis González Novalín

En recuerdo de un hombre que amaba a la Iglesia y tenía el don de la palabra

Merecía otra despedida. Aunque preveía su muerte cercana a la que aludía con serenidad porque además de nonagenario -había cumplido 91 años el día de Reyes- la enfermedad que padecía desde hacía catorce años le iba comiendo terreno y cercenando facultades físicas. Estaba ya en silla de ruedas y necesitaba ayuda para todo. Era dependiente, como se dice ahora. Pero conservó hasta el último momento su lucidez y memoria, que era muy amplia y precisa. Una rotura del fémur de la pierna derecha muy deteriorada y frágil después de cinco operaciones, motivó internarlo en el Hospital de Cabueñes. A los cuatro días, él mismo me llamó para decirme que no le podían operar. Fui a verlo, estaba hundido, porque -me dijo él mismo- estaba contagiado del coranovirus y le trasladaban al HUCA. Hubo esperanzas de superación, pero las muertes del covid-19 en los días últimos de marzo eran implacables y despiadadas. El mismo personal sanitario estaba abatido.

Contó un alumno una anécdota suya, en que decía que a él le gustaría que en los momentos últimos no le leyeran otras recomendaciones que la carta de San Ignacio de Antioquía en la que habla de su inminente martirio, que lo describe aludiendo a la metáfora del trigo que va a ser molido y él como trigo de Cristo va a ser triturado también por los dientes de las fieras para ser pan puro de Cristo. De alguna manera, podemos decir que se cumple su deseo, que él fue triturado por los dientes de los leones de la enfermedad de su pierna y del covid-19. Estas muertes, en la soledad y en la angustia, como a los dientes crueles de la pandemia, tienen mucho de martiriales. Morir así es horrible. Tengo que decir que siempre ponderó mucho la sanidad española muy por encima de la italiana.

Desde la noticia de su muerte, el 26 de marzo, se han publicado varios escritos de diversas personas sobre su vida y su obra. Fue una persona de inteligencia muy notable, de modales muy educados, historiador riguroso de los que buscan y contrastan las fuentes, con olfato para elegir los temas de investigación que tienen trascendencia y son ejes o pilares de la historia, que tuvo el gran acierto de elegir para su tesis doctoral la del arzobispo Fernando Valdés Salas, asturiano salense que fundó la Universidad de Oviedo y del que, después de tres siglos, no se había escrito su amplia y complicada biografía, profesor de clara explicación y amenidad en la exposición estimado por los alumnos, de amplio conocimiento de la liturgia y de gusto para el arte religioso del que dejó amplias muestras en las parroquias asturianas, rector de la Iglesia Nacional Española en Roma y del Centro de Estudios al que dio gran altura, perfeccionista en su actuar dejando las cosas mejor que las encontraba, de espiritualidad esencial y bíblica (rezaba con los salmos)? amigo entrañable y cariñoso, de conversación culta y entretenida, con fortaleza ante la adversidad y con amor a la Iglesia de la que conocía muy bien las virtudes y pecados de papas y cardenales. Para él, los grandes papas del siglo pasado fueron Pío XII y, sobre todo Pablo VI, a quien él pone el calificativo de "Papa de la modernidad" y mejor conocedor de la iglesia.

Novalín, después de cuarenta años en Roma, vivió en la parroquia de San Pedro de Gijón los últimos seis años. Fue circunstancial. Venía últimamente a pasar sus vacaciones del mes de agosto, primero en la residencia de la Iglesiona con su amigo el rector D. Fidel Ibáñez y, cuando ésta fue clausurada, en la residencia de San Pedro. En el verano del año 2014 acababa de sufrir una nueva intervención quirúrgica en el hospital romano de la Isla Tiberina. Pronto hubo que volver al quirófano aquí en el HUCA con el Dr. Braña, al que tenía en gran estima. Yo no pudo volver a la ciudad los papas que él conocía como la palma de la mano con miles de historias de sus monumentos y lugares.

En estos seis años, siendo octogenario y haciendo recapitulación de lo vivido, se van destilando las vivencias y experiencias de la vida. Sus conversaciones recaían principalmente sobre tres temas.

Uno de ellos, sus cincuenta años de profesor y el recuerdo, siempre positivo, de sus alumnos. Con memoria prodigiosa, recordaba el nombre y apellidos de todos, el lugar de donde procedían y de los que contaba alguna anécdota, ya fuera la pregunta inteligente que le formuló o que se dormía en clase. Desde el primer año de su ordenación en el Congreso Eucarístico de Barcelona en 1952, fue destinado al Seminario. Explicó muchas asignaturas, desde latín hasta el sacramento de la Eucaristía. Era la que más le gustaba y fue la que nunca quiso dejar aun estando en Roma. Para él todos los alumnos tenían muchas cualidades. Trabajó por dar prestigio al claustro de profesores animando a salir a las universidades para obtener el doctorado. La buena formación humanística, filosófica y teológica y la cultura eclesiástica era uno de sus empeños. Seguía el patrón del arzobispo Lauzurica: "Quiero sacerdotes santos, finos y sabios" en el que él se educó.

Otro de sus temas queridos era el recuerdo de sus amigos. La amistad para él era como un sacramento. Le encantaba que le invitaran, si eran sacerdotes a predicar fiestas y si eran seglares a visitarlos. Comentaba que conoció muchos de los pueblos de Asturias por ir de prédica de sacramental en sacramental. Tenía el don de la palabra. Conservaba con fidelidad viejas amistades y en su agenda una lista larguísima de nombres y direcciones. Ya, muy imposibilitado, empleaba parte de su tiempo en llamarlos e interesarse por ellos. No le daba la batería del teléfono para el día.

Y, como Santa Teresa, quiso morir como hijo de la Iglesia. La amaba de mente y corazón. Tenía como dato cierto que la Iglesia a lo largo de la historia había sembrado fraternidad, progreso y cultura. Ninguna institución ha dado tantos valores a lo largo de tanto tiempo. Ahí está el pensamiento, la pintura, la música, la arquitectura, en definitiva la civilización? A ella se debe mucho del ser Europa, y del saber que transmitieron monasterios y catedrales con sus escuelas. Novalín ayudó a clarificar y desmitificar algunos de sus puntos negros, como la Inquisición. Le gustaba que se conservaran sus tradiciones aunque se criticaran como sobrepasadas. Fue muy joven, canónigo archivero y nunca quiso renunciar porque la catedral era como su casa materna. Seguía con interés este devenir actual de la Iglesia y le preocupaba el sesgo del sínodo alemán y las relaciones ecuménicas con el luteranismo que impulsa el papa Francisco. Sobre "El luteranismo y Carlos V", explicando por qué no se extendió por España, escribió con letra clara su último artículo y dio con palabra sabia su última conferencia hace dos años.

Como él quería, leyendo una frase de la carta a los romanos de San Ignacio de Antioquia, le despedimos: "Es bueno para mí emprender la marcha del mundo hacia Dios, para que pueda elevarme a Él? Entonces seré verdaderamente un discípulo de Jesucristo".

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