Calor, muchos abanicos y tres cuartos de entrada más largos que la víspera. Había curiosidad por ver el ganado del Conde de Mayalde, un hierro fijo en El Bibio al que hoy tan sólo podemos conceder un aprobado muy justo. Los salvó la presencia y la romana, pero en el ruedo resultaron flojos, poco encastados; ninguno de ellos dio interés a la faena, entraban al engaño como una carretilla, sin esa codicia que induce a comerse la muleta. En consecuencia, la vuelta al ruedo del tercero, injusta.

En cuando a los toreros, hubo de todo. Ganas de agradar, voluntad, belleza y alguna sorpresa muy agradable, como la propiciada por Daniel Luque cuando después de tirar la espada toreó al natural con las dos manos. Puso a la plaza de pie. Es un chico, tan sólo 19 años, que va a más, y se perfila como una gran figura; su estocada en el primero fue fulminante. Dos orejas. Su terno, oro y oro, con guarniciones negras, una preciosidad. Toreó muy bien con la capa, hizo unos estatuarios magníficos y su originalidad al regalarnos aquel final de faena es digna de un gran maestro.

El Cid, por su parte, quiso, puso el alma en ello, ofreció una bella faena en el primero, pero no sabe matar. En sus correspondientes hizo lo mismo, un pinchazo, media estocada muy floja y tres descabellos por barba.

El segundo toro de la tarde, correspondiente a Alejandro Talavante, salió de toriles derrapando, metía miedo ver aquella cabeza enarbolada con dos pitones tremebundos. Pero al maestro no le gustó, o no quiso entenderlo; es torero en tres metros, de los que le tapan la cara al toro con el pico de la muleta, y el de Mayalde entraba de lejos. Total, se enfadó y en el cuarto no quiso saber nada.

En resumen, tarde entretenida, muchos comentarios sobre las lonas que tapan la filigrana de los balcones. «Han convertido El Bibio en una plaza de pueblo, donde los trapos sirven para tapar la pobreza de las maderas»; «No las quitarán, no, so pena que maten al autor del invento por el despilfarro»; «Cientos de metros, un dineral absurdo, para tal birria».

A mi lado, un señor hasta ese momento desconocido me dijo «me voy al bar, ¿quiere usted tomar algo?». Me trajo una botella de agua. Gracias, Roberto Covián, ha sido un placer. El gesto me compensó de la añoranza de aquellas copas de cava que tan generosamente me ofrecía Piñera, el antiguo presidente de la Peña Cocheras.

En los toreros hubo de todo: ganas de agradar, voluntad, belleza y la grata sorpresa de Daniel Luque