La tensión en Arenas de Cabrales se mascó el domingo de cien en cien euros. Así fue cantando el músico Héctor Braga la subasta del mejor queso Cabrales del mundo, que se vendió por 11.000 euros a los restaurantes Couzapín y Carlos Tartiere de Madrid. El representante de "El Campu la Llera", con tienda en Oviedo y Gijón, dejó de pujar en los 10.900 euros porque "no se sabía cuándo se iba a parar y alguien tenía que hacerlo", explicó Alfonso Toyos, que se llevó la pieza ganadora en la edición de 2014.

Junto a Juan Carlos Rubio (de Salas y propietario de los restaurantes compradores) y a Toyos pujaron los representantes de "El Ñeru", de Madrid, y "Casta Tista", de Ribadesella. Este segundo se apeó rápido de la pugna, pero el restaurante madrileño se mantuvo ágil en el trío que bailó con la pieza durante dos horas. La subasta comenzó a las dos de la tarde y terminó a las cuatro, con las tripas de todo el personal rugiendo, más con semejante ejemplar delante.

No en vano, Braga paseó el queso por delante de las narices de los pujadores hasta en tres ocasiones, arriesgándose a que le cayera una pieza que finalmente casi alcanzó los dos millones de las antiguas pesetas. Con un papel más parecido al "showman" que al subastador puro y duro, el músico asturiano supo llevar a pujadores y público por el sinuoso camino de la promoción que supone llevarse el mejor queso del mundo de esta especialidad, sólo producida en el concejo de Cabrales. "Pensemos en los titulares de los medios de comunicación y en que a quien busque en Internet escalada en Cabrales le saldrá el nombre de quien se lleve el queso y además la palabra récord", retó Braga en más de una ocasión, consciente de que los 3.100 euros de 2015 habían quedado ya muy lejos.

Rubio estaba dispuesto a llevarse el queso "sí o sí", pero también "El Campu la Llera" y "El Ñeru" estaban dispuestos a ello. Pasados los 4.000 euros el público empezó a estallar en aplausos cada vez que uno de los tres empresarios daba el "do de pecho" y levantaba el cartel con su nombre, lo que indicaba que veía el último precio y añadía cien euros más. También a coro se cantó el "a la de una, a la de dos", pero el "a la de tres" tardó en llegar más de lo que muchos pensaban al inicio del día. Hubo, además, quien echó en falta algo más de agilidad en el último tramo de la puja y muchos prefirieron seguirla por la megafonía, dejar de anhelar el queso sobre el escenario y atacar a sus semejantes en el plato.