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Casa Patas

Casa Patas

Algunos creen erróneamente que Patas desciende de aquel otro Patas que hubo en el Oviedo de los cincuenta en un quiebro de la calle Independencia. La casita sellaba la aún inexistente calle del Ingeniero Marquina y era de planta baja, bien humilde. Pero no, el Patas gijonés, muy cercano al monumento conocido por los nativos como "La lloca'l Rinconín", tiene un sesgo más prosaico: lo debe a las patas de bugre -sus pinzas para bien decir-, exclusiva especialidad del establecimiento, de interiorismo aceptable. Nadie va a Patas a comer otra cosa, por lo que arrojan secretamente al Piles cada semana kilos y kilos de otros géneros marinos sin que parezca importarle el quebranto al señor del invento, de nombre Ulises. Largas colas se forman ante la casa a la espera del momento de sentarse a una mesa, mientras dentro el gran Tor (Víctor), antiguo calderero de Juliana, no cesa de golpear con el enorme mazo pinzas y pinzas de bogavantes de impresión para desnudarlas a la vista de los comensales, ávidos de unas carnes blancas, jugosas y frescas, con sabor a mar y que escriben su nombre al final con números de oro. Desde que Patas abrió en la patria chica de Jovellanos no son pocas las familias que han visto alterada su vida apacible: muchos van siendo los padres que desatienden deberes y responsabilidades ejemplares para incurrir en oprobios y vergüenzas con tal de poder seguir yendo a Casa Patas. Las autoridades civiles y religiosas mantienen ya reuniones preocupadas, a la búsqueda de alguna solución legal que permita atajar tan serio problema, mientras las colas son cada día más densas, y numerosos países protestan formalmente ante el desabastecimiento prolongado que padecen de la especie importada. De ese modo, lo que inicialmente parecía un aliciente para la ciudad lleva camino de convertirse en grave emergencia.

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