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Dos en la carretera

Diane Lane y Kevin Costner.

A veces, la vida es solo eso. Las cosas que hemos perdido. Así resume el personaje de Kevin Costner una forma de ver y entender la existencia. Desde la nostalgia asumida: sin perder el tiempo haciendo inventario de ilusiones descartadas. La pérdida como compañía inevitable. Uno de nosotros cruza los caminos del western moderno (grandes espacios que atravesar, indios solitarios, malvados armados y peligrosos) con zarpazos de thriller sangriento y recursos de drama con un meritorio apunte sobre el amor otoñal de un matrimonio que lo expresa todo con gestos, miradas y silencios. Incluso las tormentas que, sin duda, vivieron.

Enfrentados de golpe a un dolor infinito (la pérdida de un hijo, la marcha forzada de su nieto), George y Margaret emprenden una aventura que no solo les enfrentará a lo peor de los seres humanos (una familia violenta liderada por una especie de demonio, llamas infernales incluidas) sino que les permitirá recrear, tímidamente, momentos de pasión herida pero aún palpitante. Ahí entra en juego lo más valioso de la película: la compenetración entre Kevin Costner y Diane Lane para entregar un trabajo memorable en el que brilla tanto la clásica austeridad de él como la intensidad expresiva de ella. Escenas domésticas sosegadas y escenas dramáticas desgarradoras se entrelazan con armoniosa sensibilidad. Uno de nosotros introduce poco a poco ingredientes de tensión y amenaza que van poniendo los cimentos para la parte más discutible de la función: un desenlace ultraviolento y devastador casi caricaturesco que no termina por encajar bien en el conjunto de la historia. Manos mal que Thomas Bezucha tiene el buen gusto de echar el cierre con un plano crepuscular de dolorida y conmovedora belleza.

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