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Terror bíblico para recordar

“Misa de medianoche”.

Mientras adaptaba a Stephen King como casi nadie (“Doctor Sueño”) y alcanzaba su cima de popularidad con la serie “La maldición de Hill House”, Mike Flanagan soñaba todo el tiempo con “Misa de medianoche”. Finalmente, Netflix la aceptó en su formato de miniserie. Como en “Hill House”, Flanagan dirige los siete episodios, pero estamos ante una clase de pesadilla diferente, algo más árida y discursiva: el terror concebido como humedad que se extiende lentamente hasta desembocar en un crescendo implacable. Sobre todo, es un drama humano sobre redención y culpa al que crecen alas sobrenaturales. Como una “Manchester frente al mar” revisada por King.

La influencia del maestro de Maine es evidente en el modo paciente, minucioso, con que Flanagan nos introduce en la pequeña comunidad isleña donde se desarrolla la acción. La sombra de King aletea durante las siete horas, pero la principal referencia literaria de Flanagan es la Biblia, de la que sabe extraer y explotar sus elementos más terroríficos. Pero el afán del director no parece tanto fustigar al cristianismo como poner en entredicho cualquier forma de fanatismo.

Flanagan captura este viaje a los infiernos con su habitual estilo neoclasicista, quizá incluso más depurado aquí que en otras ocasiones. Absorbe la atención sin apenas necesidad de filigranas formales, caprichos sensoriales ni excesos musicales. Con el tiempo, quizá lleguemos a considerar “Misa de medianoche” su obra cumbre.

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