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Una nueva esperanza

Stellan Skarsgård y Diego Luna.

Cualquier duda sobre la necesidad de "Andor", la precuela/spin-off de una precuela/spin-off ("Rogue One: Una historia de Star Wars"), se evaporó de forma casi instantánea al saber quién llevaría los mandos de esta nave galáctica: el gran guionista y director Tony Gilroy.

"Andor", historia de orígenes del piloto y maestro del espionaje que lideró el robo de los planos de la Estrella de la Muerte, pudo ser otra serie más de "Star Wars": en el primer (y descartado) tratamiento, se nos pretendía contar una incursión del héroe y el droide K-2SO en la Ciudadela a lo largo de veinte episodios. Lo que Gilroy proponía era más ambicioso: contar la prehistoria de Cassian Andor y, de paso, de la Rebelión como si fuera otro de sus "thrillers" dramáticos, sin rebajar, más bien al contrario, la ambigüedad o la complejidad solo por el hecho de moverse en una geografía fantasiosa.

Las cinco temporadas previstas se redujeron a dos, pero la ambición sigue ahí. "Andor" no parece tanto otra serie del universo "Star Wars" como una extensión (con licencias fantásticas) del universo Gilroy. Al menos en la recta inicial de episodios, no hay amago de sables de luz, Skywalkers ni ejercicios forzados de "fanservice".

La visión empieza a volverse seriamente orquestal en una cuarta entrega en la que se amplían fronteras y se abrazan aún más tramas y complicaciones. Cada aspecto creativo apunta en una misma dirección: la creación de esa (verdadera) nueva esperanza.

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