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Profesión de fe en la cueva de Avín

Víctor Manuel canta su vida en Onís, donde repasa, en la oquedad calcárea más conocida - del concejo, viejas canciones de su repertorio de raíz asturiana

Víctor Manuel San José, Vitorín el de Mieres, ha toreado durante las últimas décadas en numerosas plazas, pero nunca había entonado sus himnos en una cueva milenaria hasta que el alcalde de Onís, José Manuel Abeledo, le ofreció hacer memoria de su recorrido musical, ya legendario, en la oquedad calcárea de Avín, en presencia de un mamut de mentirijillas, otros bichos pleistocénicos y medio millar largo de habitantes del concejo y del oriente de Asturias que se identificaron desde el acorde inicial con los versos del cantante y compositor más reconocible de la región. Tiene mérito que un pueblo de pastores y montañeses tararee las estrofas de un trovador de la cuenca minera, tal vez porque la boca del lobo es grisú para el ganado. Y Adrián Barbón palmeando en primera fila.

Víctor fue en Onís Víctor el de Mieres, el de antaño, el de siempre. El de las viejas canciones que permanecen en el imaginario popular de una región de minas, de plantas catorce y de fugados y desertores de pendencias ajenas; de corazones tendidos al sol, puestos a secar en el prao de la ermita; de romerías por San Cosme y San Damián con los corderos al hombro y de paxarinos parleros al modo del Presi que le pían al oído a ella los míos amores y los de cada cual.

El artista veterano, arropado por una guitarra mínima y un piano hijo de su misma sangre, se desnudó en la cueva y contó, sin reparos, retazos impensables de su vida que todos conocíamos musicados. El rapacín que creció junto al puente de La Perra, el de la perra Tula que vio cavar su propia fosa; al que despertaba el turullu y al que su madre, poco creyente, mandaba sin embargo a misa de un cura con un diente de oro que no creía en Dios; el nieto del abuelo Víctor y de María Coraje, la mujer valiente que cocinaba patatas a la importancia y que una vez desobedeció el alto encañonado de la Guardia Civil para enjugar con un pañuelo blanco la sangre del rostro inerte de dos represaliados, abatidos en el monte; el chaval que a los 16 recién cumplidos, con el bagaje angosto de unos estudios básicos, cogió un tren de madera sin retorno con destino a Madrid y que años después ganó sin premio un festival del Atlántico en Tenerife entonando una canción pacifista que el gobernador militar de la plaza consideró censurable y que fue desbancada por otros sones más afines a los intereses del régimen...

Todo eso y más cantó Víctor Manuel, profeta en tierra hermana, al atardecer del sábado en la cueva de Avín, como Jonás engullido por el vientre de la ballena del subsuelo asturiano. Entonó incluso su último y más reciente himno, seguramente almibarado, y un alegato postrero a la unidad de la patria que hace unos años le habría chirriado a la progresía militante, pero ahora no, incorporación a su recién estrenado disco, camisa blanca de su esperanza. Y, por supuesto, no faltó en el recopilatorio el inevitable Asturias de todos los tiempos, el himno no oficial de esta región, sola en mitad de la cueva.

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