Uno de cada cinco niños y adolescentes del mundo sufren trastornos o problemas mentales, según las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Cerca de la mitad de estos procesos se manifiestan antes de los 14 años, y más del 70 por ciento de todos los trastornos mentales comienzan antes de los 18. Se estima que una quinta parte de los adolescentes menores de 18 años padece algún problema de desarrollo emocional o de conducta, y que uno de cada ocho tiene en la actualidad un trastorno mental.

Estos datos se observan en todas las culturas. Los trastornos mentales y los trastornos ligados al consumo de sustancias son la causa de cerca del 23 por ciento de los años perdidos por discapacidad. Asimismo, los trastornos mentales figuran entre los factores de riesgo importantes de otras enfermedades (diabetes, enfermedades cardiovasculares, VIH) y de lesiones no intencionales o intencionales.

Como dato más alarmante, cabe destacar que el suicidio es la segunda causa de muerte en el grupo de 15 a 29 años de edad. Si extrapolásemos estos datos a nuestra población, veríamos que de los 136.407 menores que viven el Principado de Asturias (13,18 por ciento de la población, según el INE, en enero de 2018), 27.281 sufrirán algún trastorno mental. En toda España, la cifra ascendería a 1.658.197 casos.

Todos los investigadores y clínicos expertos están de acuerdo en que la demora en el diagnóstico y el tratamiento de los problemas de salud mental de los niños y adolescentes condiciona seriamente su futuro. Asimismo, estos retrasos tienen consecuencias negativas en su desarrollo educativo y profesional, y suponen un sufrimiento elevado para familiares y cuidadores, así como una carga económica y social para la familia y la sociedad.

Pero, a pesar de disponer de tratamientos eficaces, existe aún la creencia, en algunos ámbitos, de que no es posible tratar las enfermedades mentales, y, en el caso de los menores, persiste la argumentación de que los niños no se deprimen o que no tienen problemas de salud mental. Estas premisas conllevan una estigmatización y un rechazo muy importantes, especialmente en esta etapa tan crucial del desarrollo.

Por todo ello, resulta imprescindible la creación y dotación la especialidad de Psiquiatría del Niño y el Adolescente. No resulta sencillo poner en marcha una nueva especialidad médica. En este caso, el proceso está iniciado y avanza a buen ritmo, gracias al decidido apoyo de la Comisión Interterritorial de Sanidad, de las juntas directivas de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP), de la Asociación Española de Psiquiatría del Niño y Adolescente (AEPNYA) y de la Asociación Española de Neuropediatría (AEN).

Con la creación de esta nueva disciplina se podrá conseguir la necesaria homogeneización en la atención y formación de profesionales entre las diferentes comunidades autónomas (y por supuesto, dentro de la misma comunidad) que garantice la identificación precoz y el tratamiento eficaz, aspectos fundamentales para asegurar el correcto desarrollo y evolución de los menores con trastornos mentales.