“En Járkov, ningún ucraniano sabe si mañana seguirá vivo”, dice Lilia, que se rompe en mil pedazos al pronunciar estas palabras. Su llanto desconsolado resuena por el andén del metro de la ciudad, donde ha estado escapando durante dos meses de la muerte, que cada día aparece en la superficie, en frente de alguno de los miles de habitantes que todavía permanecen en esta disputada localidad.